Cogidos del tiempo, atrapando recuerdos

Cuando fuímos niños, ¡qué época!


Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas:
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había
José Cadalso

Buenos días, mi señoría
Matatero tero lá
–¿Qué quería, mi señoría
Matatero tero lá?
–Yo quería una de sus hijas
Matatero tero lá
–¿Cuál de todas, mi señoría
Matatero tero lá?
–Yo quería a María Linda
Matatero tero lá
–¿Qué oficio le pondremos
Matatero tero lá?
–Le pondremos limpiapiojos
Matatero tero lá
–Ese oficio no le agrada
Matatero tero lá
–Le pondremos chupahuesos
Matatero tero lá
–Ese oficio no le agrada
Matatero tero lá
–Le pondremos de Princesa
Matatero tero lá
–Ese oficio sí le agrada
Matatero tero lá
Pues aquí la tiene Usted
A las órdenes de Usted.

¿Se acuerdan? Entonces, no vivía en nuestra mente la separación de sexos; jugábamos como un solo niño y nos sobraba decencia para no entender las expresiones que hoy han puesto una barrera social que obliga, a los varones, jugar con varones y a las niñas, con niñas. Pero bueno, las reflexiones, dejémoslas para más adelante.

La escuela, por las mañanas (antes que implementaran la llamada “jornada única” que nos obligó a asistir a la “Rafael Landívar” desde las 8 de la mañana hasta la una 1 de la tarde) y las calles, por las tardes, eran nuestros lugares comunes para encumbrar nuestra inocencia. ¡Qué tiempos aquellos! Con eso que Palestina cuenta con moderna nomenclatura, confieso que no sé que nombre ó número de avenida ó calle tendrá ahora, una en la que solíamos reunirnos hasta que el frío y la oscuridad –cuando no, los llamados de nuestros padres– nos llevaban directo a la cama por las noches.

Nuria, Marilú, Chayito, Gladys, Sonia, Rodrigo (QEPD), Gilmar, Luís, Benjamin, Franki, Mincho, mis hermanos (Nery, Fredy, Magda y Nelly) Violeta, Wilson, Marisela, Erick, en fin, tantos y tantos patojos que nos reuníamos por las tardes en la calle que lleva al cementerio general, frente a donde doña Panchita Godínez y don Tin Monterroso, tenían una casa, hasta donde vivía doña Tila y frente a la casa de don Fidel Monterroso.
Lo hicimos, por años, nuestro paraíso para jugar “Tenta” o cantar rondas tomados de las manos, haciendo a veces, círculos interminables, cuando los güiros de otras calles, se tomaban el atrevimiento de cruzar la carretera para unirse a la algarabía. ¡Sí! En aquel entonces, teníamos estrictamente prohibido pasar del otro lado de la carretera, que todavía no había sido pavimentada.

Y eso que pasaba un carro sólo después que el cometa Halley rompía el firmamento. Yo tendría entonces, tres años. Nos dividía la marginaci
ón garabateada de camino rural. Pero a nosotros eso no nos preocupaba ni era cuestión de que nos llevase a algún interés.

Arroz con leche
Me quiero casar
Con una viudita
De la capital.
Que sepa coser
Que sepa bordar
Que ponga la aguja
En su mismo lugar

Obra del pintor español, Antonio López Torres.
Buscando en varias fuentes el origen de éstas rondas, que para nosotros eran juegos divertidos ¬–los únicos que teníamos al alcance de nuestra necesidad de vivir– me encontré con que, en el caso de “Arroz con leche”, surgió en la Escuela Naval chilena, probablemente, como una obra musical que los cadetes ofrecían eventualmente, aunque hay versiones que indican que nació en España, como parte de la educación que la Iglesia Católica impartía a los niños, durante la época medieval.

Matatero tero lá, que era otra de nuestras rondas favoritas, tampoco tiene un origen cierto. Lo que sí sabemos es que se canta en toda América Latina, en diversas formas. En México, por ejemplo, es “Matarili rileron”; en Chile es “Mandundirum dirundá”, en Ecuador, “Matantirulirulá”, en Cuba, “Matan dile, dile, dile”, en Perú, “Matan tiru liru lá”, en Puerto Rico, “Matarile rile ron” y en Brasil, “Tiro la, t
ero lero”…

Verdadera jerigonza, un trabalenguas que no sé como, nos lo aprendimos. ¿Se acuerdan cómo lo jugábamos? Se formaba una fila con todos los patojos y patojas; del otro lado, quedaba solo uno ó una. Éste era el “pedidor” y conforme transcurría el juego, iba haciendo grande su fila, que caminaba hacia delante cuando le tocaba cantar y para atrás, cuando le tocaba escuchar a los del lado opuesto. Divertido, ¿no?

Había otros juegos, como “Los pilares de Doña Blanca”. “Chinchintor, chinchintor”, que era así:

Chinchintor, chinchintor, ¿quién quemó el pan en el horno?
–¡Éste pícaro traidor!
–A colgarlo voy, señor.

Y el señalado, pagaba una penitencia, como contar un chiste, cantar una canción, bailar… O darle un beso a la niña (o al niño) de su predilección. Claro, eran besos inocentes.

Vamos a la huerta
Del toro toronjil

A ver a doña Blanca
Comiendo perejil.
Doña Blanca no está aquí
Está en su vergel
Abriendo una rosa
Y cerrando un clavel.

Si mal no recuerdo (y si me equivoco, les ruego me corrijan) éste juego obligaba a armar un círculo de patojos que, conforme cantábamos, hacíamos rodarlo, con un niño ó niña en el centro que, una vez terminada la ronda, elegía a quien le sucedería en su lugar. Nada del otro mundo. Pero el que recuerdo que nos hacía reír como desaforados, era el de la “Campanita de oro”: – “Campanita de oro, déjame pasar con todos mis hijos, menos el de atrás, tras, tras”–.


Dos niños ó niñas, hacían de arco, con las manos asidas en alto, hasta dejar “encerrado” al último entre sus brazos. Éste elegía a qué lado del arco iría. Cuando había pasado el último, quienes hacían de arco, tomaban sus manos y eran halados de la cintura por los niños que estaban detrás de ellos. En algunos países, el juego se llama “Arranca cebollas”. Nadie cedía hasta que por fin, los de más fuerza rompían la cadena y los mal parados, caían como ayotes maduros al suelo. Eso, en nuestra feliz inocencia, nos mataba de la risa.

En fin, tantos y tantos juegos y rondas que hicieron de nuestra infancia, un lugar común para cimentar lo que ahora es nuestro presente. Todo, por cierto, ha quedado solo en el recuerdo porque ahora, nuestros hijos juegan Matrix, X-box, Fifa, Play Station, y dada las condiciones sociales, raras veces salen a la calle a jugar ¡patines del diablo!

¿Se acuerdan muchá cuáles eran nuestros juguetes de patojos? Jugábamos canicas a la tortuga, al triángulo y a los huequitos; tipachas de cera, volábamos barriletes, corríamos en las calles con las ruedas de hule y aquellas de acero que quedaban de los carros viejos. Las columnas de madera de la vieja casona en el centro de Palestina, nos servían para jugar “candelillas”, o jugábamos “uno, dos, tres ¡conecta!”; nos íbamos a Los Molinos a bañarnos sin un trapo encima. Imitábamos la pasión de Cristo después de Semana Santa, jugábamos a los Hueches una vez terminada la feria del Primer Viernes de Cuaresma, jugábamos al “Cincho caliente”. Armábamos con botes viejos nuestra orquesta y cantábamos las canciones de moda de Vicente Fernández, Los Alegres de Terán, Gerardo Reyes, Rigo Tovar. “Esquiábamos” con cáscaras de corozo en los montes empinados, en la pendiente de la escuela ó en el cerro de paja que quedaba tras la tría en la era de don Jacobo; empujábamos la rueda de caballitos de Arnulfo Monterroso.
Nuestros Yo-yos eran de madera o plástico corriente; jugábamos trompo de madera, capirucho y chicharra; ésta última, nos las ingeniábamos para hacerla de bellota de encino, cera de ron-ron y un clavo. Don Chalío y don Lico, nos hacían nuestras carretas de madera, con las que jugábamos a las carreras. Teníamos soldados de plástico, luchadores que parecían haber quedado petrificados ante nuestra admiración innata por ellos. Las niñas jugaban muñequitas de plástico, de trapo; a la comidita, con trastes viejos que habían salido exilados de las cocinas, ó con lo que les compraban en la Feria. Los carros de plástico transparente, llegaron por ahí de finales de los años 70’s, junto con las pistolas de agua y las muñecas de pelo rubio y ojos azules que se cerraban cuando se les acostaba.

Hoy todo es distinto; se juega al fútbol en la pantalla de la computadora; nosotros lo hacíamos sobre la grama de la escuela, a veces, con pelotas hechas con bolsas de nylon desechadas o balones de plástico rotos. Se saltan muros en guerras virtuales computarizadas; nosotros saltábamos la cuerda. Ni modos, ya estamos viejos. Y ellos, nuestros hijos ¡y nietos! tienen derecho a vivir, a modo nuevo, sus vidas.

¡Y de qué modo! Nosotros no crecimos con el miedo de ser secuestrados por traficantes de órganos, ni escuchamos arengas contra el uso de drogas, ni veíamos masacres escolares en la televisión… Era muy distinto ver muertes de hombres malos en “El gran Chaparral”, “Bonanza”, “El hombre del rifle” y otras series que ahora me hacen desalojar la vejiga de tanta risa debido la increíble cantidad de inocentadas que cometían actores y productores de tales programas. ¿Se acuerdan, por ejemplo, de Hulk, “el hombre increíble”? Cuando se convertía en el famoso monstruo verde, rasgaba toda su ropa y zapatos, pero al volver a su estado normal, ¡aparecía con la misma ropa y zapatos! ¿A qué hora la remendaba? Si la ven de nuevo, observen bien y verán que de monstruo, en algunas tomas de una misma escena conserva los talones de los tenis (casi siempre los usaba), en otras los calza completos, pero en otras, va descalzo.

Otra escena que recién descubrí es una de “El gran Chaparral” en donde Joe, en la misma toma, mete seis balas a su colt y ¡hace 28 disparos! En otras palabras, nos divirtieron hace años y lo siguen haciendo. Mantienen, por lo menos, nuestra inocencia a flote.

Cuando niños –¿se acuerdan?– un acto de leve rebeldía era de inmediato frenado de un varijonazo ó uno de los famosos “reveses” ó soplamocos que nos daban nuestros padres y a veces, nuestros hermanos mayores. Hoy, cuando uno de nuestros hijos nos hace un berrinche, corremos al consultorio del psicólogo, que nos cobra como si hubiera salvado a la humanidad de otro Hitler.

¡Qué tiempos aquellos! Hace unos días, recordábamos con Jorge Guillermo, nuestras “excursiones” a Los Molinos ó a la catarata, de la que casi nadie se acuerda. Muchos probaron los pantanos de caca que se disfrazaban de arena seca entre las piedras. Yo mismo caí en uno de éstos una tarde que, según, andábamos de “cacería” con Eliú Morales, Lósber López, Carlos Monterroso, Alfonso Morales, José Morales, Sindulfo López y Malco Escobar. ¡Me llevaron a bañar al tanque público a eso de las seis de la tarde en pleno diciembre!

Pero en fin. Tiempos idos, tiempos atrapados en la memoria… O nosotros nos hemos quedado cogidos del tiempo.

Comentarios

Anónimo dijo…
Mi hijo de pequeño jugaba con unas tarjetitas redondas llamadas "Pogs" son hechas de carton duro y se juegan precisamente como la cera. Se trata de golpear un pogs que está en el suelo con el propio y si se le da la vuelta pues se lo gana. Tambien jugaba con una especie de trompos plasticos llamados "Beyblade".
Con orgullo les he contado tanto a mis alumnos como a mis hijos que estos juegos provienen de nuestros paises. Les he enseñado a jugar con cera y con trompos autenticos y les ha parecido fantastico. No perdamos las esperanzas de transmitir nuestra cultura de juegos. Es muy rica y no podemos dejar que muera con nosotros.
Anónimo dijo…
La verdad, yo tambien jugue en mi epoca infantil ese y muchos juegos mas, es bueno que toodos les inculquen buenas cosas a sus hijos, y por que no, esta clase de juegos que solo divierten a los niños.. gracias angel por hacerme recordar .. cuidece.. att raquelita ochoa!!
Hola... me encanto la dedicacion que tienes para recordarnos lo hermosa que es nuestra cultura... te cuento algo extraño, el otro dìa subi a un bus de xela para xecaracoj y en èl viajaban tambien un grupo de niños que regresaban ya a sus casas... y me llamo mucho la atencion que estaban cantando trozos de canciones de regueton... "Dale duro, rompe el suelo..." y no se que mas... hace cuanto que nuestros niños han dejado aquellas hermosas canciones infantiles atras... desde ese momento me di cuenta lo importante que es seguirles recordando estos juegos, canciones y todas aquella formas en las que antes nos divertiamos.... a mi en particular me encanto mi infancia porque dentro de lo poco que teniamos nuestra imaginacion era el mejor elemento para pasarla muy bien... seguire visitando tu blog... me encanto... con kriño... eunice ramirez

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