El tiempo nos alcanzó, la modernidad nos está devorando

¿Fiestas Patrias o patrioteras?




El tiempo pasa con despiadada rigurosidad; hoy no sé cómo los patojos desbordan entusiasmo en las llamadas “fiestas patrias”, cuya originalidad en los países donde se festeja el enésimo aniversario de la Independencia, se ha perdido en una modernidad que asfixia y termina por reordenar las ideas que nos dieron libertad, cambiando incluso, el principio rector nacionalista que nos enseñó a defender el suelo con sangre, empero hoy, desgraciadamente, es una realidad tangible: La invasión extranjera no sólo nos amenazó, sino que cumple su fatal designio.

Desde principios de Septiembre ––lo recuerdo como si hubiese sido ayer–– los ensayos para los desfiles, las odas a las insignias patrias, las representaciones teatrales y la conducción de la “antorcha de la libertad”, se aceleraban de manera inmediata.
Los maestros, seducidos por el nacionalismo cuasi puritano, obligaban al aprendizaje de los textos que enseñaban que la Patria era primero. (Nada qué ver con la propaganda política de cierto general sanguinario que propuso entonces, que “Guatemala es primero”, frase que nos dejó profunda huella de dolor, sangre y muerte.) La “jura a la bandera”, rito inmemorial, blandía su preponderancia en la víspera de la fiesta grande:

Bandera nuestra,
a tí juramos
devoción perdurable,
lealtad perenne,
honor y sacrificio
y esperanza hasta
la hora de nuestra muerte.
En nombre de la
sangre y de la tierra
juramos mantener
tu excelsitud
sobre todas las cosas,
en los prósperos días
y en los días adversos;
velar y aún morir
porque ondees
perpetuamente sobre
una patria digna.

Henchía el alma y desprendía anhelos más allá de nacionalismos impuros; era patriotismo inmaculado, amor profundo por la tierra que nos dio identidad frente a un mundo embarazado ––entonces y como hoy–– de dictaduras torpes que habían creído que la raza entera estaba ––y está–– bajo sus botas. En fin…
El 13 de septiembre, el contingente de antorchistas, partía a cualquier punto del país para arrancar con el recorrido de la antorcha de la libertad. Iban los más competentes en carreras largas (y los que tenían recursos para costear sus gastos). Al anochecer del 14 de septiembre, estaban ingresando a Palestina de los Altos con la antorcha encendida, simbolizando la libertad de todos los guatemaltecos.
Iniciaba, entonces, la noche cultural. Comedia, cultura, arte… Una ocasión, cuando las mañas peculiares del pueblo nos habían atrapado, nos tocaba representar una comedia. En espera de los antorchistas, el tiempo nos comió el mandado. Varias botellas de Cinzano en la tienda de don Juan Peñalonso, nos mandaron al fondo de la modorra. Ebrios ––¡sí, ebrios!–– nos presentamos al Salón de Actos de Palestina y, como espectadores, nos sentamos en las últimas filas. Tocó el momento de nuestro acto y a la última llamada, nadie nos avisó… O no les escuchamos.
Pasamos inadvertidos, como inadvertido pasó nuestro acto, que consistía en un musical con instrumentos caseros que incluía un “violón” construido con un viejo bote de pintura ––de lata–– y dos “cuerdas” de nylon. Latas de manteca oxidadas y un par de guitarras con cuerdas de acero inoxidable. Otras veces nos convertíamos en excelsos comediantes, imitadores del Chapulín Colorado e incluso, de Chalío, aquel cómico guatemalteco que nos arrancó lágrimas con su “Brindis de un Bohemio”, clásico de Navidad y Año Nuevo.
De aquellas noches entre culturales y divertidas, recuerdo a los maestros Corina, Otto, Gloria, Yolanda ––directora de la escuela––, Rudy y otros, cuyos nombres no se presentan a la memoria, conduciendo, ordenando y tratando que cada acto saliese a la perfección.
Los errores se pagaban con tremebundos jalones de orejas cuando no, horripilantes estirones de patillas que nos enseñaron que los cabellos más largos, eran los de la parte cercana a la oreja, pues dolía hasta la planta de los pies cuando así castigaban. Entonces, éramos esclavos de nuestros padres y maestros… Hoy somos esclavos de nuestros hijos, lo que nos coloca como una generación sin parentesco con la educación de éstos.
Desvelados, la mañana del 15 de septiembre, nos las arreglábamos para asistir al desfile, vestidos de gala. La banda de guerra consistía en unos cuantos tambores y redoblantes y de vez en cuando, alguna trompeta desafinada.
Bastonistas, que eran las chicas más guapas del pueblo, hacían gala de sus impetuosas habilidades; los patojos, no escatimaban esfuerzos y creatividad en las ornamentas físicas. Cinco de cuclillas, tres firmemente parados sobre las espaldas de los primeros, y dos hasta la cima. ¡Era una proeza inalcanzable! Nadie, entonces ––eso creíamos––, nos superaba.
Poníamos el corazón y las escasas fuerzas que se alimentaban de frijoles, huevos criollos y nabos. Nada fallaba. Nos vestíamos de héroes aldeanos que al final, nos dejaba tiempo para amar nuestro tiempo.
Raras veces, en la tarde del 15 de septiembre, caía agua del cielo; y cuando ello sucedía, obligados estábamos a encerrarnos a esperar la compasión de San Pedro… O Chaac, dios maya de la lluvia. O talvéz, Tlaloc, el encargado de inundar lo valles aztecas, que empezaba a ser bien visto por la historia escolar de entonces.
Lo cierto es que hoy, quizá nuestros patojos derrochen “patriotismo” con grupos musicales extraños al fervor patrio e incluso, griten desaforados el “¡Viva México, cabrones!”, que se retransmite la noche de la Independencia en los canales televisivos que trastornan con programas elaborados para tontos.
Si ya de por sí las zarabandas marimbísticas han sido sustituidas por el “pasito duranguense”, no intento dudar que hoy, nuestros patojos imploren por el alma de cualquier idolillo extranjero… Y quién sabe si no, de Michel Jackson. A este paso, me temo que se hayan olvidado de Dolores Bedoya, Basilio Porras, José Cecilio del Valle, Atanasio Tzul (muchos no saben quién fue Lucas Aguilar) y tantos héroes más. Cosas de la invasión cultural del norte al sur: En Guatemala han cambiado los sones por las rancheras y aquí, en México, las rancheras tradicionales de estas fiestas, han sido sustituidas por el reggetón y otras fanfarronadas musicales que nada tienen qué ver con nuestra identidad de latinoamericanos, de mestizos, pues.
Nos ha invadido el extranjerismo. Nuestra hermosa bandera llama a vencer o morir, empero vemos que televisoras de habla española radicadas en Estados Unidos, nos han ganado la batalla. Triste realidad. Somos esclavos de ridículas telenovelas, culebrones predecibles que nunca terminan de enseñarnos la risible y eterna historia de la sirvienta que termina siendo la esposa del millonario, hijo del viejo bonachón y la suegra irracional. Historia repetida que nos recuerda que somos simples espectadores del mismo circo aldeano.
Nuestras viejas y duras cadenas, no son el arado que fecunda el suelo, si no, espada que trastoca nuestro honor. ¿Hasta cuándo entenderemos el hilo de nuestra gloriosa historia?
Perdonen mi intemperancia, pero se ha perdido la identidad; “cosas de la red cibernética”, dicen los defensores de la pérdida del rico regionalismo que nos hacía diferentes aunque no nos distanciaba en lo fundamental. Hasta el lenguaje florido que nos identificaba, ha sido brutalmente cambiado. Antes decíamos “chilero” para chulear algo; hoy los patojos dicen “chido”, palabreja ridícula y sin ningún sentido.
El tiempo nos alcanzó y se fue. Esa es la única verdad que tenemos para justificar nuestra ausencia de criterio para mantener nuestras costumbres y tradiciones. Somos, como dijera Mentford, “historia sin más fundamento que un puñado de ideas sueltas”. En eso nos hemos convertido. Octavio Paz nos lo ilustró mejor: “Los latinoamericanos, pareciera que aprendimos de una cultura sin conciencia y sin el menor sentido de responsabilidad nacionalista”.
Agreguemos a lo anterior que somos muy prontos para olvidar lo aprendido. Aquellas raíces, aquel sentimiento de solidaridad (por lo menos eso) con la Patria, viene derrumbándose en la negligencia y el abandono. Triste, lamentable. Sólo en Palestina de los Altos, las fiestas patrias han cambiado radicalmente; Rafael, un amigo de ahí, me contaba hace un par de días que ya no se realiza el desfile el 15 de Septiembre, sino un día antes. Mal, muy mal.
No hay más raíz que la que nos sembró para siempre en la historia pueblerina que hoy, nos obliga a pertenecer ahí. Por ello, indigna que en el recuerdo colectivo, la raíz se pierda en la vena controversial de una cultura que si bien es afín, no responde a nuestra identidad.
No obstante, los recuerdos pesan más que las deslealtades patrioteras. Ojalá lo entiendan… Lo entendamos todos.

¡Ojalá que remonte se vuelo,
más que el cóndor y el águila real,
y en sus alas levante hasta el cielo,
Guatemala, tu nombre inmortal!

Comentarios

Que bien me gusto su nota! Excelente trabajo.

los invito a visitar www.tierradearboles.com una pagina donde se encuentran noticias buenas de Guatemala unanse a nuestra comunidad, espero estemos en contacto y gracias por ser parte de LO BUENO DE GUATE!!

saludos!
Ligia M dijo…
Un pueblo que no conoce de su historia y no cuida de sus tradiciones, se convierte al final en un pueblo sin columna vertebral. Esperemos que en nuestra querida Guatemala esto nunca pase. Cómo siempe un artículo buenismo que nos lleva de regreso a lo que siempe creeremos "mejores tiempos". La pregunta es:... Eran en verdad mejores tiempos o es solamente una ilusion?
Estarán los muchachos y niños de hoy en dia tambien anhelando tiempos pasados en el futuro? Ya veremos. Lo único que es cierto es que "esos tiempos" han dejado profundas huellas en nuestra mente y nuestros corazones.
Adelante Angel!

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