Los "Rosarios", plegarias a los santos por los patojos

Irreverentes, como Saramago, vivimos la tradición




Allá en el centro del mar, allá en los confines
Donde nacen los vientos, donde el sol
Sobre las aguas doradas se demora;
Allá en el espacio de fuentes y verdor,
De mansos animales, de tierra virgen,
Donde cantan las aves naturales:
Amor mío, mi isla descubierta,
Es de lejos, de la vida naufragada,
Que descanso en las playas de tu vientre,
Mientras lentamente las manos del viento,
Pasando sobre el pecho y las colinas,
Alzan olas de fuego en movimiento.

José Saramago, poeta, escritor,
irreverente hombre de letras portugués
que hoy pone al mundo de luto.
Descanse en paz.


Muy pocos quizá recuerden la añeja tradición de “Los Rosarios”, especie de rezos que las interlocutoras entre Dios y los palestinenses hacían durante los meses de junio y julio.

Se dedicaban a diversas imágenes que hacían de intercesoras para que los patojos no se enfermaran o no fueran rebeldes, entre otros deseos propios de nuestras madres.

Doña Panchita Godínez, doña Maruquita Hidalgo, doña Martha Jiménez y doña Bertita, las principales rezadoras —a quienes se les unían doña Nela, doña Tea, doña Trinis, doña Monchita, doña Chaga, doña Elvia, doña Esther, doña Eva, doña Güichita, doña Emma, doña Olga, doña Lichita, doña Chanita (mi madre) y tantas otras señoras del pueblo— bajo la intensa lluvia o el frío arrollador, llegaban todas las tardes de esos meses a rogar por los patojos.

Pancitos hechos en el horno de doña Tea y doña Trinis, y café recién tostado y hecho en jarros de barro, se repartían cada tarde. Otras veces, chocolate con paches o chuchitos.

Nosotros, los agasajados con las plegarias de nuestras madres, presentes, con nuestro suéter adornado con mocos en las mangas, debido a los constantes y tercos catarros de la temporada.

Algunas veces, la marimba que dirigía don Wiliam (famoso por ser el primer taxista del pueblo y ser dueño de un camión arenero que llevaba el insigne letrero: “Vieja presumida”), amenizaba aquellas tardes de lluvia perenne en las que se atravesaban fiestas de apóstoles y otros mártires católicos.

San Antonio, San Juan Bautista, San Pedro, San Pablo, Santo Tomás, Nuestra Señora del Rosario (quizá ahí radique la tradición del pueblo de hacer “rosarios” por ésa época), la Virgen del Carmen, Santiago Apóstol, San Cristóbal, los más homenajeados o por lo menos, los más conocidos.

Otras veces nos conformábamos con el tañir de las campanas y el estruendo de los cohetes, una vez terminados los cánticos y oraciones a favor de nosotros, los que empezábamos a acostumbrarnos, entonces, a las ráfagas de ametralladoras entre soldados y guerrilleros en las montañas cercanas.

Una anécdota de esos rosarios, se quedó en mi memoria para siempre: se hacía el rosario para solicitar auxilio y protección a los hijos de doña Chaga y don Tino; a la hora de mencionar los nombres, doña Martha Jiménez, sumida en el cántico rogón en el que debía mencionar el nombre de los interfectos, olvidó el nombre de éstos y sin perder el hilo del salmo, dijo:

—Santa Virgen de Fátima, madre y protectora de los niños, intercede por la vida de… de… de… ¿cómo se llaman tus güiros, vos Chaga?

—Luís, Benjamín…

—¡Esos ishtos pisados, vos Virgencita linda!

Ni rezadoras ni acompañantes pudieron contener la risa.

Doña Martha era genial.

Muchas veces, olvidaba el nombre de los llevados al altar de peticiones y como si nada, solo mencionaba los apodos. Creo que Dios nos conocía tan a fondo que creo que le escuchó y le entendió, porque hasta hoy, con todo y lo que podamos ser, no nos hemos desviado ni un ápice de aquellas intenciones maternales.

En muchas ocasiones, estos meses se aprovechaban para devolver los niños Dios “robados” durante las “gomas” del primero de enero del año que llegaba a su edad de oro en junio y julio.

Se organizaban procesiones, especialmente en junio, cuando a veces no había caído gota de agua.

El que se había “robado” un niño, obligado estaba a hacer fiesta.

Nosotros, en nuestra infancia y adolescencia, nos robamos no sé cuántos.

Se los robamos a doña Tila, Don Fidel, don Chaía, doña Panchita, don Ulises, don Cayo, doña Elvia… Por cierto, el Niño Dios de doña Elvia y don Licho, era un niño bastante gordito… barrigoncito, piernudo, cachetón.

No le decíamos Niño Dios, sino “Ñoño Dios”.

Irreverencia que hoy extrañamos en el alma. Eran los meses de Junio y Julio, etapa del año que nos ponía bajo la mirada escrutiñadora de Dios y sus santos que desde su escaparate, nos veían con severidad.

Me pregunto si hoy, sigue esa tradición.

Comentarios

Anónimo dijo…
Solo quiero corregir, si estoy mal que alguien mas me corriga, son Mayo de las niñas y junio de los niños o dedicado a ellas y ellos.
Anónimo dijo…
Si esta en lo correcto en mayo los hacemos las niñas y señoritas y en junio los niños y jovenes, ahora existen nuevas rezadoras como Doña Belinda Monterroso, ella ha rezado la mayoria de rosarios de este año 2010
Anónimo dijo…
Si esta en lo correcto en mayo los hacemos las niñas y señoritas y en junio los niños y jovenes, ahora existen nuevas rezadoras como Doña Belinda Monterroso, ella ha rezado la mayoria de rosarios de este año 2010

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