Reunidos para recordar a Palestina

Historias vivientes que hemos de rescatar


La luna de noviembre, en todo su esplendor, a plena luz del
día en Palestina, época que antiguamente, daba inicio a las
fiestas de fin de año que incluía las pláticas religiosas a cargo de
don Elmer Morales, al pie de un viejo eucalpito.


Dos veces, dos; sí, dos veces en casi fin de año. No cambia el clima ni las condiciones ancestrales que a la geografía se han apegado como estigmas sempiternos. La gente sí que ha cambiado…En rostros y actitudes. Solo unos cuantos me reconocen y sin pensarlo, se sientan en la vieja banca de la alcaldía para recordar y hablar sin parar sobre el pasado que parece que fue ayer.

Don Urbano López, más jovial que cuando le conocí desde siempre; Carlos Monterroso Ralda, uraño a veces, pese a las interminables aventuras de patojos que armamos junto con otros de nuestra edad y que hoy, están perdidos en la cortedad de un mundo tecnológico. Arnoldo Escobar (Nolo Sheca, le decíamos de güiros) que brevemente se sienta para recordar anécdotas inolvidables; don Élfego Morales, igual que siempre, con su costal de zacate, no deja de hablar.


Todo empezó cuando ví a Enrique Godínez, sentado en la vieja banca del viejo salón, casi conversando con su inseparable perro, del que no pregunté el nombre para no caer en indiscreciones pueblerinas.

–Kalimán–, le grité desde el otro lado de la calle; así le decíamos antaño. A mi hermano Fredy, que fue inseparable amigo del Quique en la infancia, le apodamos algún tiempo “el Solín”. No se dio por enterado, hasta que me paré frente a él. El fiel can, se hizo a un lado mientras nos saludamos.

–Vos sos el hijo de don Ángel y doña Chana, pero no me acuerdo bien quien de todos sos–, dijo don Fego cuando Quique le preguntó si me reconocía. –Sos el que más se parece a don Lon–, remachó con su peculiar sonrisa de viejo astuto y sabio.

Vinieron no sé cuántas anécdotas y recuerdos; don Fego y el Quique, se conocen todas y cada una. Son la historia viviente del pueblo, como muchos otros a quienes, sin duda, algún día reconoceremos. Recordaron las andanzas de don Wilo, hijo de Tata Lolo, famoso por su insuperable buen humor y sus ocurrencias. No faltaron las evocaciones de otras gentes que, sin querer, armaron nuestra modestísima historia, orgullo de quienes estamos físicamente ausentes, pero moral y espiritualmente, ahí seguimos.

Carlos (el Calín) se apareció en una moto; ni cuenta me di de la marca, solo en aquel personaje que hasta hoy no ha cambiado sus estrechos pantalones pana que durante muchos años le confeccionó su cuñado Lencho, a quien cariñosamente le decíamos “el Zope” y que por cierto, a través de Julio un hijo de doña Colocha, me mandó saludos hace un par de meses.

Antes había llegado con Urbano; me preguntó si ya había visto al Moreno, uno de sus hijos con quien, al igual que Carlos Monterroso, Eliú Morales, José Teodoro Morales, Lósber (el otro hijo de don Urbano), Luís Heberto Morales, Aroldo Morales, Alfonso Morales, Jorge Guillermo Sánchez Morales, Manuel Monterroso Ralda (que entonces era casi un bebé) y otros del pueblo, hicimos pandilla en aquellos tiempos. Y cuando digo “pandilla”, es en el buen sentido, no como ahora que es sinónimo de barbaridad.

Por ahí se apareció Aurelio Morales e incluso, el alcalde que se paró unos momentos para saludar. A lo lejos, Arnulfo Monterroso, cuyo hermano Rodrigo, acaba de fallecer.

¡Qué divertida con los recuerdos! La marimba Juvenil Campanitas y la Reyna Mam, salieron a colación. Aquellas fiestas que amenizaron con saldo blanco, en donde acudíamos a bailar, sin tomar en cuenta los celos machistas que una que otra vez, desataron pasiones que se dirimían a trompadas. Pero de ahí nunca pasaron las cosas.

Eran casi las seis de la tarde el mercado del miércoles seguía casi intacto. Los puestos de venta, en un buen número, seguían vigentes. En nuestros tiempos, a las dos de la tarde, la plaza quedaba desierta.

–Es que ahora ya hay mucha gente–, explicó Enrique Godínez. Y agregó que ahora, los caseríos son centros concentraciones humanas importantes. Cierto. Lo que conocimos como “caseríos”, son, por decirlo de alguna forma, centros conurbados de Palestina de los Altos.

Se acercaba la fiesta de la Virgen de Concepción, la tradicional procesión del 15 de diciembre; me había comprometido a asistir, pero complicaciones de gremio y malos, pésimos cálculos financieros, me obligaron a regresar a México antes de tiempo.

De ésa procesión, recuerdo que cuando niño, en las famosas loas a la Virgen, me tocó representar a Mirto, una flor que dedicada algunos versos a la Señora que daba la pauta a las posadas. Mi queridísima amiga Ligia Carolina Morales, también fue parte de esa especie de teatro callejero que hoy, no sé si se siga llevando a cabo.

Por cierto, esa tradición no la he visto en ninguna otra parte de América Latina, salvo en Venezuela, donde le llaman “llena de juventud y limpia hermosura”.

Un par de semanas antes, estuve en Palestina; me dio mucho gusto saludar el famosísimo “Pelé”, a doña Juliana, viuda de don Diego, el inolvidable “cochero”, por su tradicional matanza de marranos los martes, a cuya casa acudían los palestinenses a comer sabrosísimos chicharrones. Desde luego, me plació saludar a mis primas Edilsa y Nineth Morales, con quienes recordamos muchas cosas, especialmente familiares.

A todo esto, la luna de casi fin de año, que en Palestina de ve espectacular, rondaba entre “veinte Palos” y “Las Delicias”, a casi media tarde…

ESTOY REMODELANDO EL BLOG. ACEPTO SUGERENCIAS. POR ELLO, NOTARÁN ALGUNAS COSAS INCOMPLETAS. LA IDEA ES QUE EMPECEMOS EL AÑO CON ALGO NUEVO.

FELIZ NAVIDAD Y MEJOR AÑO NUEVO A TODOS. UN ABRAZO.

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