¡Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Ahí viene la...!

Su eterno silencio nos aflojó


Histórico, éste edificio fue cama y mesa
de aquel personaje difícil de olvidar.

Espanta más con su eterno silencio.
Su risa aterra; las arrugas alrededor de su boca cuentan historias largas.
Noches de insomnio, quizá.
O de sueños plácidos, alejados de su mundo.
Nuestro mundo.
Sus pies descalzos pisan fuerte.
Las uñas no las tiene de vicio. Se aferran a todo.
A la tierra; al viejo lodo. A la grama de su sendero.
Al polvo.
Clásico en sus manos: la vara de nuestro miedo.
La ropa raída no le cubre el frio ni la decencia de mujer.
La lleva por que sí. En algo busca parecerse al resto. Es su filosofía.
De hembra nativa. De mujer callada por el destino.
Silente, repasa cada calle y la cuenta entre sus aventuras.
Ríe, a veces, a carcajadas; otras, como aceptando su condición.
Ríe más a prisa cuando su figura distiende esfínteres y el hedor invade sus fosas nasales.
Festina.
Se sabe poderosa.
Es su fuente de vida: saberse capaz de infundir miedo.
Pero en el fondo, se sabe dulce.
Parte de las bromas íntimas de familias que le agradecen con un pan, un tamal, un tayuyo, un pache, una pizca de comida.
Gutura.
Dice mil cosas sin hablar. Aún en medio de la montaña, su risa no se borra.
Es eterna.
Es la única forma de decirse a sí misma que es como los pájaros.
Come, bebe, duerme y es libre.
Tan libre como la soledad que por las tardes, la encierra en las neblinas de quién sabe dónde. Y no deja de reír.
Cómo si los alisos, encinos, cerezales, pinos y cipreses —reservados como ella— le entendiesen a plenitud.
En su cama de tierra rebajada casi a partículas invisibles, sueña.
Delira con sus niños muertos de miedo.
Los ve correr, llorar.
Ríe de nuevo.
Y juega con sus trenzas reducidas a casi nada.
Los piojos, sus piojos, se enfadan.
Luego, no se inmutan; ni ella ni ellos ganan la batalla.
Despierta y de nuevo, a recorrer las calles.
Otra vez, patojos zurrados; corriendo como locos.
—¡La muda! ¡Ahí viene la muda!

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¿Se acuerdan de “La Muda”, muchá? Debo confesar que más de una vez, me zurré al verla frente a mí. Y desde entonces, hasta hoy, si me quieren frenar en mis desbarajustes emocionales, solo menciónenme a la muda y me quedo quietecito.
Nunca, jamás le tuve miedo a Lucas García, al trompudo Laugerud García, a Mejía Víctores, al “Mico” Sandoval Alarcón, a Letona Hora, a Álvarez Ruiz, a Ríos Mont, como se lo tuve a La Muda, mujer menudita que, de haber sabido aprovechar su capacidad para asustarme, hoy fuera campeón de maratón, 100, 200 y 400 metros de atletismo.
Corría como desaforado y no hubo rincón, por más pequeño que fuese, donde no cupiera del terror. Sé de otros palestinenses que pasaron por la misma experiencia.
Para La Muda, personaje difícil de olvidar y para mis coetáneos que en su momento, le brindaron su mejor zurrada, éste breve homenaje.

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PD.: En el artículo anterior, por razones que solo el Sukrol podrá enmendar, mencioné que los Rosarios se celebran (¿o celebraban?) en los meses de junio y julio. No obstante, dos lectores me rectifican el dato: mayo es dedicado a las niñas y junio, a los niños.
Agradezco a Edilsa Morales Hidalgo la pertinente puntualización, así como a un lector anónimo en éste blog. Comprenderán que a casi 30 años de ausencia, algunos recuerdos no son tan claros como suponía. De ahí la importancia de su valiosísima participación.
Siempre lo he dicho: este blog es de todos; enriquezcámoslo juntos.

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