Cuentos y más cuentos... de Palestina

Municiones en las nalgas, dósis para escritores: EZR


Eraclio Zepeda, el cuento del cuentista,
inspiración para lo que viene... (foto: AMK)

Un día de tantos, se me ocurrió entrevistar al más cuentista de los cuentistas; hombre conversador de mil maravillas, ameno, disfrutable. De verdad, disfrutable y no lo digo como mero cumplido, sino como una experiencia que va más allá de la entrevista de rutina: Eraclio Zepeda Ramos. Poeta, escritor, novelista, actor, cuentista, literato, político, artista, diplomático… Y gran conversador, como le definiría mi dilecto amigo, hermano y colega, Miguel González Alonso.
Nos encontramos en su casa, junto con la gran Elba Macías, su mujer eterna, también dama de letras y literatura sin más destino que el Chiapas que ambos aman… Amamos.
Ahí —en el jardín de su amplia casa de Tuxtla Gutiérrez, acompañados de su perro “callejero”, como lo describió don Eraclio—, el escritor de la vida cotidiana de Chiapas, me enseñó a aprender: “El cuento se piensa en una noche y se escribe a la mañana siguiente; y tienes toda la vida para corregirlo. La novela, en cambio, la vives todos los días y cada día, la perfeccionas. Un cuento lo escribes en una noche; si no lo haces entonces, rézale porque ya se murió.
Una novela te enseña a tener municiones en las nalgas, porque debes pasar una vida entera sentado, escribiendo, pensando, dando vida a tus personajes… Si a tus personajes no les otorgas capacidad para pensar, disentir, escudriñar, entonces, solo son personas sin talento, sin vida propia”.
Una gran verdad que enseñorea el mundo de la literatura y que pocos escritores alcanzan a discernir. No soy discerniente, por supuesto; solo un aprendiz que aspira a dar a los míos, lo mismo que he aprendido de ellos, los grandes, que enseñan.
De ahí la idea de escribir uno que otro cuento, sin las pretensiones filosóficas de Rómulo Gallegos, Víctor Hugo, Pérez Galdós, Dostoievski, Shakespeari, Goethe, Zola, Tolstoi, Bronté, Schendall, García Marques, Sabines, Cervantes, Mistral, Asturias, Paz, Neruda, Monterrosa… Y menos, mucho menos, Sartre, Platón, Catón, Aristóteles, Alighieri, Petronio, Bernal Díaz del Castillo, Josefo… Y muchos más.Vengo de una raíz distante de muchas verdades, pero eso sí, entrometida en una realidad incontestable. Compartida. No muchos creen, pero todos comulgan con una verdad que destruye líneas fronterizas.
Somos uno, por historia y uno más, por coincidencia geográfica, social y casi política.
Digo casi, porque solo nos falta un medio punto para ser la misma idea de progreso.
En fin. Cosas que un día serán más que anécdota. Aunque he escrito cuentos —y varios poemas— en calidad de “inéditos”, decidí compartirlos aquí, en éste espacio que es de quienes, allá en la lejanía que solo se puede medir en largos años de agónica ausencia, vieron a éste aprendiz de literato, recorriendo angostas calles que hoy, son precisamente, solo un recuerdo olvidadizo.
Y lo digo con la certeza del tiempo que se nos volvió malvado.
Lo ilustro: el día que mi madre murió y le llevábamos al cementerio general, por culpa de la sed, me asenté unos momentos en la tienda de una de las hijas de don Ulises Cancino (¿?) que fue dueño sempiterno del único molino de nixtamal en mención. Ufana, la hija de don Ulises y dependiente permanente del molino, preguntó quién era el muerto.
Le expliqué quién era.
¡Dijo desconocerla, cuando mi madre fue todos los días, durante años, a moler nixtamal y ella era, la misma mujer la que le atendía!
No la culpo, ni pretendo asociar su olvido a la carga de castas que quizá ellos creyeron ser. Solo es el recuerdo del olvido de un pueblo que de pronto perdió su origen. No es crítica. Es solo una verdad que consume y obliga a retornar a las raíces que nos dieron una identidad.
Palestina de los Altos fue, siempre, un paraíso de identidades muy identificadas. Definidas. Pero sobre todo, de respeto profundo al ser de cada quién.
Con los cuentos que pretendo, busco reunificar aquellos momentos en que todos éramos uno.
En que no había castas, ni diferencias sociales.
En una charla informal, Octavio Paz me dijo que la sobrevivencia de un pueblo obedece a su historia íntima. Eso pretendo. El gran reportero, cronista y enorme periodista polaco, Kapushinsky, dijo toda su vida que contar una historia requería imaginación. A ello me apego.
Habrá, si quieren, discordancias en tiempos, pero no en justicia de realidades. A lo largo de éste lapso en que se me ha ocurrido escribir sobre nuestra idiosincrasia popular, lo he hecho sobre asuntos netamente culturales; recuerdos y quizá, una que otra anécdota que nos resume en un gran cuento guatemalteco que no solo a nosotros interesa, sino a 55 países, como está plenamente demostrado en uno de los contadores cibernéticos del blog que están leyendo.
Pretendo, solo recordar; seré malo en memoria. Lo somos todos. Algunos se fugarán de ésta; ¡son capaces!.
No será culpa del inventor de historias, sino del dador de recuerdos. Es más que claro.
Y si fallo, serán ustedes los corregidores, como lo he pedido siempre, quienes enderecen el camino. Casi todos guardan silencio.
¿Será que tengo la razón absoluta de mi parte? En fin, como decía Otto René Castillo, escritor, poeta y luchador social quetzalteco, “cuentos, son cuentos”.
Y si nadie corrige, es que dejan de ser leyenda; son verdad. Eso pienso yo. Atentos, entonces.
Pd.:Vienen cambios obligatorios en el blog y por disposición del servidor (Blogger), por lo tanto, atentos, no se vayan a confundir; éste siempre será el blo de nuestra "Pales", como le llamamos con cariño. Y busquennnos en Facebook.

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