Viernes Santo, pasión y tradiciones

La esencia de las tradiciones palestinenses


Sincretismo que reúne el pasado con el presente.
Creencias agotadas que se rehúsan a dejar de ser el fundamento de un pueblito cuyos hijos, vuelven de cuando en cuando.

El abandono paulatino del viejo costumbrismo, sin embargo, no deja de ser tema en el que todos convergen: “Hace falta recobrar las tradiciones con todo su esplendor”.

El esfuerzo de unos cuantos, no es vano. Convoca a multitudes.

Pero no llenan el vacío. Es Viernes Santo y a lo largo del camino de Xela a Palestina de los Altos, parece un día común y corriente.

Hombres y mujeres jateando leña o rellenando costales de verduras.

El mismo cuadro en la aldea Buena Vista. La plaza de Palestina, preñada de gente.

Un aparato reproductorde música, hace sonar “La Reseña”, marcha fúnebre semanasantera.

Cerca, a menos de 50 metros —en la esquina del moderno y nuevo mercado no terminado aún—, el viacrucis.La Dolorosa y el Señor de las Tres Caídas, son llevados en andas.

Ella, la Virgen, por muchachas que no rebasan los 18 años; Él, por hombres adultos que gesticulan bajo el peso de la majestuosa escultura.

Las siete paradas se han cumplido y el Cristo es llevado al interior de la Iglesia para consumar el acto de la crucifixión. Poca gente dentro de la enorme nave sacramental.

No obstante, el fervor de ese puñado de creyentes, lo invade todo. Recrea cada paso hacia el pasado pero más, hacia una tradición rica en religiosidad.

Los ritos son puntuales; conmemoran el sacrificio del hijo de Dios hecho hombre, según la creencia.

Los Centuriones, impecablemente vestidos de blanco, realizan con total sincronía las cortesías de rigor. Es una especie de liturgia, propia de Palestina.

Plátanos, guapinoles, palmeras simples, piñas, cushines, ramitas de corozo, adornan los brazos de la cruz donde yace el cuerpo mutilado de Cristo.

El penetrante olor a corozo, recuerda, por cierto, que estamos en Semana Santa…

Es Viernes Santo y la escenificación callejera de la Pasión de Cristo, no tarda en empezar.

Patojos disfrazados de “judíos”, recorren las calles; otros montan caballos.

—A la güirizada, le gusta vestirse de judíos —dice don Fego Morales, entre contenidas risas.

Cierto. Pero también comenta que poco a poco, las tradiciones de Semana Santa, se están perdiendo.

De la nada, Jesús aparece en medio de la soldadesca romana, que le apalea, empuja y arrastra sobre el duro pavimento de la plaza central. Jesús, se ve maltratado.

Agotado.
Malco hace de las suyas; no pasa un minuto sin que descargue su ira contra aquel.

Viejos amigos de la infancia, se reencuentran en medio del calvario, las risotadas de los judíos y las interpelaciones de Poncio Pilatos.

El gentío abarrota la plaza; Jesús cae de bruces por enésima ocasión y es de nuevo, arrastrado por los soldados romanos. A algunos conmueve; a otros no los inmuta.

—¡Esos hijos de l
a gran puta le están pegando de verdad al Tono, vos! —se oye entre los asistentes. Jes parece escucharlos, levanta la cabeza, les ve y ríe débilmente.

Como todos los años, Pilatos envía al prisionero al palacio de Herodes, donde también se le juzga; con él, Anás y Caifás, dictan el veredicto: la muerte por crucifixión, sentencia que es posteriormente avalada por Poncio, tras lavarse las manos.

Y soltar al temible Barrabás (o “Garrabás”, como le dicen en Palestina).

La vieja máscara de dientes desproporcionados, el sombrero ancho de paja, la camisa blanca, el pantalón de lona, las botas de cuero, la faja roja a la cintura, la prominente barriga rellenada con almohadas, el chicote de cuero y el tanate con quién sabe qué cosas dentro, lo hacen inconfundible. La corredera es loca. Barrabás se lanza contra todo y contra todos. Reparte chicotazos, empellones y palabrotas.

Poco tiempo después, aparecen Dimas y Gestas, rabiosos.

Dos muchachos flacos interpretan a los ladrones que habrán de compartir el sufrimiento con Jesús. Flacos pero con suficiente fuerza para arrastrar a los romanos y judíos que los flanquean.

Caen al suelo; se revuelcan, gritan, vuelven locos a sus captores y a la concurrencia que escapa para no ser arrollados.

El cielo se torna gris…

Luego, negro.

Parece que va a llover.

A los lejos, uno que otro trueno anuncia cascadas de agua.

Obliga a apresurar el paso hacia la antigua feria de muletos, sitio escogido para crucificar a los tres hombres.

Consumado está; Cristo ha muerto y es bajado de la cruz.

Latente sigue la amenaza de lluvia y todos corren a buscar refugio. Multitudes abandonan el Gólgota improvisado.
De nuevo, cortesías de los Cen
turiones frente a lo que antes fue la alcaldía municipal.







El yacente cuerpo de Cristo
, es llevado en andas hasta el cementerio, recorrido que ésta vez es azotado por una leve lluvia que ya entrada la noche, cede y deja un cielo límpido que permanece hasta la madrugada.














El reencuentro con muchos paisanos, es agradable, cordial.













Con algunos nos reconocemos al instante; con otros, debemos sincerarnos para saber quiénes somos.













La esencia está a
hí, entre la gente del pueblo que, aunque poca, no deja morir las tradiciones, las costumbres, los ritos.

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