Homenaje al "Burrito", personaje excepcional

Hermano, padre, amigo, René Arturo perdurará para siempre



La petición de Fredy Felipe,
dió un vuelco en mi corazón;
Nery Francisco me dio la
noticia formal.

Cuando Fredy Felipe me pidió que escribiera la historia del “Burrito, sentí un vuelco en el corazón que me obligó a releer la extraña petición; algo había pasado durante la ausencia forzada de largos años que –pensé– marcará para siempre el recuerdo de aquel que asumió la delicada figura paternal, cuando Don Lon murió.

A René Arturo le conocí de toda la vida; admiraba su valor para andar por las noches en la calle cuando en Palestina, la única fuente de luz nocturna era un anuncio luminoso en la tienda de don Walberto Maldonado. Entonces, la carretera de Xela a San Marcos era, en la época de invierno, atascadero de camiones y casi nadie andaba sin su porción de lodo hasta las rodillas.
Se ganaba unos lenes ayudando a los choferes a desatascar los camiones y por las tardes, le veía salir con su eterna sonrisa hacia la antigua pileta ¬–la única en el mundo a la que jamás le ví gota de agua– donde se reunía con su grupo de amigos, entre los que recuerdo a Wilson Monterroso, Enrique Godínez, Ronaldo Morales, Roderico y Romeo Escobar, Gundemaro López, Amilcar Monterroso y Demsi Morales, entre otros.

De su eterno apodo, del que jamás se quejó, poco se sabe quién se lo puso; algunos dicen que fue don Salvador Monterroso y otros, que fue don Leopoldo Noriega. Como quiera que sea, a René Arturo, le gustó siempre su apodo; en casa casi nadie le llamaba por su nombre. Una tarde en que se había prolongado su ausencia por varios años, un hombre procedente de El Petén, se asomó entre la milpa buscando a mamá.

–¿Aquí vive Arturo? –preguntó el señor, ya entrado en años.

–Aquí no vive ningún Arturo –respondió mamá con desconfianza.

–Debe ser el “Burrito” mamá –opinó Magda Leticia sin apartar su antebrazo de la nariz, costumbre que no dejó hasta la juventud–. Nunca me atreví a preguntarle por qué se olía el antebrazo todo el tiempo.


–¡Ah, el Burrito! –exclamó mamá dejando la mata de geranio a la que quitaba las hojas secas.

–Es que a ese patojo salado ya solo por el bendito apodo lo recuerdo –nos explicó después que todos habíamos leído la carta que había llevado aquel hombre.


Cuando, por azares del destino y atendiendo su coloquial rebeldía se alistó en las filas del Ejército, mamá le lloró como si le hubieran condenado a muerte.

–La cosa se está poniendo difícil con los “canchitos” –le dijo mamá bañada en llanto.

–Usted no se preocupe que para morir nacimos –respondió viéndole fijamente a los ojos y sonriéndole con una nobleza que es imposible olvidar–. No hizo caso a las súplicas de mamá y a la siguiente madrugada salimos todos a despedirle cuando se subió a la camioneta de la empresa “González” que venía de San Pedro Sacatepéquez. Llevaba una valija de cuero, color miel y adornos medievales en la manija.

Magda y Nely, las más pequeñas, fueron las q
ue más lloraron por su partida. Ya era costumbre que lloraran cada vez que René Arturo se iba un tiempo fuera de casa. Cuando, en temporada de corte de algodón se ausentaba para ir a las fincas de Retalhuléu, le recibíamos como héroe a su regreso. Lo único que no le admitíamos era que presumiera sus habilidades para subir y bajarse de los camiones.

Las primeras noches a su regreso, eran interminables las tertulias sobre sus aventuras. Papá asentía con la cabeza cuando estaba de acuerdo con algo y cuando no, simplemente reía sin reprochar nada a su hijo mayor. Jamás se atrevió a matar las fantasías que mi hermano nos dibujaba, siempre, con su permanente sonrisa…

¿¡Escribí “permanente sonrisa”!? Me parece que el amor de hermano me está ganando. Sí, era un hombre feliz, desparpajado, alegre. Parecía que nada le importase; como se dice acá en México, era un “valemadrista” nato. Pero también tenía su carácter.

Bragado en las filas de la Guardia de Honor donde, a pesar de su inteligencia y capacidad solo quiso ser soldado raso, adquirió un caráct
er duro, recio, férreo. Cuando una tarde, el más temido del pueblo por sus reyertas de cantina lo encaró, el “Burrito” no se quedó callado. Y se retaron en la plaza.

No llegaron a los golpes en sí. Dos empujones fueron suficientes para que su contrincante entendiese que no podría con el valor de aquel gordito que ya había mostrado su hombría. Fue la única vez que le ví los ojos tan rojos como la sangre. Su repertorio de “tapas” rebasó aún a “Velorio”, el genial contador de chistes de Guatemala.

A su regreso de su prolongadísima ausencia, llegó con Rosa, una jovencita de ojos azules, mucho menor que él. Nos sorprendió a todos. Con la autoridad de hermano mayor, se instaló en la casa sin pedir permiso a nadie. No nos dijo nada hasta el siguiente día.

Creí que era gringa. Pero no. Era la misma d
e la que el “Burrito” nos habló en la carta que aquel extraño llevó a la casa. Rosa fue la inseparable compañera de mi hermano hasta que ocurrió lo impensable. De nervios de acero, supo amar al “Burrito”, respetarlo y entenderlo en sus peores momentos.

El día que nació Dina, el “Burrito” se puso eufórico de la alegría; fue la primera vez que tomamos una copa juntos. Siempre le había respetado en ese sentido. Tenía media barba de candado que me hacía recordar a los emperadores romanos. Solía reírse entre dientes, pero esa tarde, desencadenó su hilaridad soltando fuertes carcajadas. Ya tenía el nombre para su hija.

–Se llamará Dina –nos dijo a todos en la cantina esa tarde–. Me gusta ese nombre y se lo voy a poner.


–Alguna “tráida” que tuviste por ahí –le bromee–.

Junto con Fredy Felipe pusieron en San Cristóbal Totonicapán una fábrica de placas de nomenclatura familiar. Ahí nació su segundo hijo, René, un muchachito cachetón como su padre. Nunca cupo en sus calzones de la felicidad de tener dos hijos. Abrió su distribuidora de créditos que religiosamente cobraba todas las quincenas desde Huehuetenango hasta Río Blanco y San Lorenzo, en San Marcos. Fredy Felipe y yo le ayudábamos. Luego se extendió a Mazatenango, Retalhuléu y Tecún Umán.

La última vez que le ví, sentí un nudo en la garganta, como si presintiese que jamás le volvería a ver.


Nery También me notificó
la muerte de Juan Pablo,
mi sobrino.

–Voy a Escuintla a ver a Nery Francisco –le anuncié.

–Sé un buen hombre –recomendó–. Papá nos enseñó a ser honrados y a luchar por lo que queremos. No lo defraudés, Colores.

No tuve el valor de abrazarlo. Creí que si lo hacía, lloraría y no quise darle motivos para llenarle de tristeza. Él tenía un pantalón y una chumpa de mezclilla con camisa de diminutos rombos negros. Fue en la ciudad de Mazatenango. Su nobleza de ése día me quedó en el corazón para siempre.

Yo ya no fui a ver a Nery Francisco. Viajé a la Ciudad de Guatemala. La guerra me complicó la vida. Dos hombres de civil me abordaron una noche en la avenida Bolívar y 36 calle… Fue el inició de la feroz persecución política que me obligó, años después, a dejar Guatemala hasta el día de hoy.

Nunca le volví a ver. El recuerdo de mi hermano es inatacable. Jamás le conocí o supe de un enemigo suyo. El día que hable con Fredy Felipe mediante la maravillosa tecnología que ahora disfrutamos, me contó que el pueblo se volcó el día de su entierro en Palestina. Me sentí orgulloso, a pesar del nudo en la garganta que casi no me dejó hablar.

“Papá y mamá supieron darnos el mejor ejemplo para ser lo que ahora somos”, pensé. La condición social no es impedimento para ser honrados… Y apreciados. Como periodista, a menudo suelo escuchar que los buenos o malos ciudadanos se forjan en los arrabales de una sociedad complicada por sus propias exigencias. Sin pedantería puedo hoy decir que el “Burrito”, logró escapar de esa norma no escrita y nos ha legado, con toda su modestia, honradez y carácter, una lección inexpugnable: vivir para servir.

Fue Nery Francisco quien me notificó oficialmente la muerte de René Arturo. No lo podía creer. Pasaron varias horas para entenderlo, creerlo y asimilarlo. Había sido un reencuentro de emociones encontradas. ¡Cómo no, si habían pasado veintitantos años de ausencia e inadvertencia lacrados en dolor y recuerdos! Fredy Felipe me había dado la pauta para pensar en ésa dolorosa posibilidad.

Del dolor, pasé al orgullo cuando Fredy Felipe me contó lo del entierro. Independientemente de la natural solidaridad de los palestineses, debo reconocer –y agradecer– el afecto, respeto y admiración mostrado por mi hermano. Mil gracias.

Para mis padres, Don Angel María y Doña Luisa Adriana, el agradecimiento eterno por su amor y paciencia para enseñarnos a vivir con honor, respeto, dignidad, orgullo, honradez y amor.

Para mis hermanos, Alba Marina, Nery Francisco, Fredy Felipe, Magda Leticia y Onelia Macaria, el reconocimiento perpetuo por haber abrazado el ejemplo de dignidad de René Arturo, hasta el último suspiro que lo trasladó a los brazos de nuestro amado Jesucristo. Para ellos, sus hijos, esposos y esposas, mi respeto de hermanos.

Para Rosa y sus hijos –mis sobrinos– el cariño, afecto y la solidaridad, asegurándoles que, en mi lejanía, el deseo por abrazarlos es un hecho que, espero, sea para siempre… Y desde un futuro cercano.

Para Ángel Daniel, mi reconocimiento por el suyo en René Arturo, quien en medio del ingrato trance de la vida en un país sumido en el estéril enfrentamiento, supo ser padre, amigo y hermano. Ambos supieron comprender y eso me basta para estar hoy, orgulloso de la familia.

Debo confesar que la noticia de la muerte de mi hermano René Arturo, me ha sumido en un profundo dolor. Porque además, he sido enterado del fallecimiento de mi sobrino Juan Pablo, a quien amé por haber sido el primer sobrino con quien ordeñamos juntos las vacas en casa de Marcotulio, padre de Juan Pablo y cuñado mío, y vivimos travesuras inolvidables.

También debo confesar que he preparado éste material, en la soledad de mi casa, acompañado solamente de unas copas de tequila y algunos sorbos de cerveza. Mi hija e hijo, a quienes enteré de lo sucedido, también se conmocionaron, sin haber conocido a su tío de quien siempre les hablé, como lo he hecho de mis otros hermanos y amigos de la infancia.

Descanse en paz René Arturo; descanse en paz, Juan Pablo.

Comentarios

Anónimo dijo…
Gracias Tio Lon, emociones encontradas tengo, feliz porque aquel Gran hombre con chistes y comentarios hizo feliz a mucha gente en nuestra Palestina, pero triste yo me siento porque solo los requerdos tengo. Adelante Tio Lon,
Anónimo dijo…
Colores aunque muy lejano tambien tengo vagos recuerdos de tio Lon Don Chamin como le decian a ni papa se cortaba el pelo con el que bonito es volver a vivir
Tío Lon dijo…
Estimado Hijo de Don Chamín...
Agradezco tu comentario. Por lo que me dices, debes ser Mynor o quizá Hugo?
Claro que recuerdo a tu señor padre. Un hombre agradable que, como todos sus hermanos, supo ganarse el afecto de todos en palestina. Un abrazo
A. Flores.
Anónimo dijo…
Gracias por hacernos recordar momentos inolvidables Tio Lon, no cabe duda que Palestina y sus hijos que nacieron ahi y los que llegaron retoñar son algo muy especial. Adelante que esto solo empieza, lo mejor esta por llegar.
Edgar R. Morales (Changa)
Anónimo dijo…
Querido "TIO LON" me hiciste llorar al recordar la infancia,la adolecencia y la juventud, y al "BURRO" apodo segun se cree fue bautizado desde su niñez cuando salio en una comedia con orejas de burro, las muestras de solidaridad y aprecio que recibimos en el pueblo el dia del entierro del "BURRO" fue increible, en su lapida que fundieron sus hijos dice AQUI DESCANSA EN PAZ EL BACHILLER, RENE ARTURO FLORES GOMEZ, alias "EL BURRO"

MACACO
Anónimo dijo…
Tio Lon,
El Burrito, fue ejemplo de como poder vivir la vida, siempre alegre con sus buena bivra y sonrisas. Tenia esa gran manera de contar pajas y chistes que hacian que hasta el mas bravo o triste se cagara de la risa. Siempre sera recordado por todos los que pudieron compartir un momento co el gran Donkey.
sinceramente me emocione al leer esta Historia.
Saludos para ti y tu Hermano el MACACO.

Hugo L. Morales "Guatel"
Anónimo dijo…
muy buena pagina sobre nuestra palestina y sus seres queridos felicidades y nunca deje de escribir cosas asi como estas que tiene usted un talento muy grande.
amo tanto a su tierra porque ahi
nacio mi padre don Waldemar Baldomero Monterroso Cifuentes
y que pena que pase el tiempo
y a veces por razones del destino
no podamos compartir con nuestros seres queridos nuestros triunfos y alegrias. pero los que ya se fueron saben que les amamos
y viven en nuestras mentes.

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