Curandero, periodista, sastre, poeta, dentista, es...

Don German Miranda, personaje y figura de Palestina de los Altos


En el lobby del Hotel "Cabildos" de Tapachula,
don Germam cuenta su llegada a Palestina.

Desde su llegada me llamó la atención aquel hombre entrado en años; entonábamos el Himno Nacional de Guatemala y él lo cantaba acompañando cada nota con las manos, como si estuviese frente a un grupo de estudiantes de primaria. A los periodistas mexicanos también llamó a curiosidad. Cuando tocó el turno al Himno Nacional mexicano, él permaneció imperturbable, pero muy respetuoso. Vinieron las actividades propias de un Congreso de Periodistas y me olvidé del episodio, aunque aquella mirada, aquel rostro no se apartaba de mi mente.
A la hora de la comida, en la paradisíaca “Casa Grande de Santo Domingo”, en la cintura del volcán Tacaná, del lado mexicano, me tocó compartir mesa con parte del grupo de comunicadores procedentes de Quetzaltenango, San Marcos, Tapachula, Cacahoatán, Reforma, Tuxtla y Veracruz. La charla de comida transcurría entre diversos temas hasta que salió a colación el de las nacencias, como dijera alguna vez el gran Jaime Sabines.

–¿Conoce Usted Xela? –me preguntó el periodista quetzalteco Juan Antonio Samayoa.

La mayoría de colegas mexicanos soltaron la carcajada y a coro gritaron: “¡Si de ahí es!”

Samayoa se quedó en una pieza. Hizo mil preguntas y les respondí más de tres mil de un hilo. Cuando le mencioné Palestina de los Altos, no me dejó terminar.

–Con nosotros viene un patojo de Palestina –informó.

–¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Hijo de quién es? ¿Quién
es su padre? ¿Es periodista? ¿Dónde escribe?

Se levantó de la mesa a medio comer y salió en busca del “patojo” para decirle que ahí había uno de los suyos. Al rato regresó sin nadie a su lado. “Está platicando con otro compañero y solo le dije que lo quiere conocer; ya vendrá por acá”. Terminó la comida y mientras, con algunos colegas chiapanecos degustábamos un cigarrillo y hacíamos planes para escaparnos a Unión Juárez a comprar chocolate recién salido del horno, se volvió a aparecer Toño Samayoa acompañado del mismo señor que ví por la mañana cantando de manera peculiar el Himno Nacional guatemalteco.

–Este es el patojo –me dijo dejándole frente a mí.

Vestido de camisa azul y pantalón a diminutos cuadros blancos y negros, aquel hombre me tomó la mano y me quedó mirando fijamente sin decir palabra. Yo también estaba atolondrado, tratando de reconocer aquella mirada.

–¿Vos quién sos, pues? –Inquirió sin quitar su vista de mis ojos.

–Soy hijo de doña Luisa Adriana y don Ángel María.

–¡Ah, ya se vos! Sos hermano del Burrito (mi fallecido hermano René Arturo), el Lipe Lara (así apodaban a mi hermano Felipe) y el Macaco (mi otro hermano, Nery)… Sos el chipilín (chipe) de la familia. Sos el… ¿Cómo te decían de apodo?

–Tuve tantos apodos, pero el más conocido era “Colores”…

–Sí vos, ya me acordé de vos.

Él ya sabía quién era yo, pero yo, ni idea de quién era él. Pensé que sería una grosería preguntarle quién era, pero me aventuré a hacerlo, siguiendo mi natural instinto de preguntón, como cualquier periodista.

–Soy German Miranda, tu servidor y amigo –Dijo con firmeza.

–Yo estudié junto con sus hijos, Amilcar y German; a un
o le decíamos el “Shoparón”. Usted tenía una sastrería.

–Sí, ahí junto a la casa de don Juan de León y Ranferí; en medio.

La reidentificación fue absoluta. Hablamos de las familias, de aquel pasado que parece que fue ayer mismo. Como organizador del Congreso, tenía yo muchas ocupaciones; así que le pedí un tiempo por la noche para sentarnos a platicar en el hotel sede del Congreso y donde además, estábamos todos hospedados.

***

Me impresionó la capacidad de recordar de don German. Mencionó a algunas familias que, francamente, yo ya no recordaba; los Colomo, dos ancianitos que vivieron en una vieja casa de madera a contra esquina de lo que ahora es el mercado municipal, por citar un ejemplo. También me llamó la atención que mencionase a la mayoría de los compañeros de estudios de sus hijos.

Entre éstos, a Próspero Calderón Ochoa, de quien supe recién por una ahijada suya, Raquel, que ha muerto hace un año. Roger Villagrán, Sergio Natareno, Carlos Monterroso, Oswaldo Escobar, Miguel Peñalonso, José y Genaro Monterroso, en fin, a la mayoría de quienes compartimos aulas y maestros en la “Rafael Landivar”.


Me resulto además, un narrador nato, profundo y por supuesto, un poeta irreconciliable con las normas literarias que solo gustan a los críticos del arte. La sencillez con que aborda temas de todo calibre, me dejó quieto mientras hablaba sin parar.

–¿Cuándo llegó Usted a Palestina?

–Mirá vos, yo llegué a Palestina en el año 1964; ya había trabajado en éste lado, en Mazatán, cerca de Tapachula. Luego me fui a Génova, Costa Cuca, Coatepeque, Xela. A Palestina llegué nomás por 15 días o tres meses. Yo era enfermero, sastre, curandero de quemaduras, sacaba muelas. Nomás fui y mirá que me quedé para siempre.

–¿Qué le gustó de Palestina?

–Nada. Era un pueblito sin gente, sin nada. Pero don Rogelio Monterroso, que sabía de mis habilidades de enfermero, me pidió q
ue me quedara para ayudar al médico que llegaba a dar consultas cada 15 días. Entonces no había carretera sino camino de lodo y tardaba el doctor en llegar dos días de Xela a Palestina. Yo me quedaba dando remedios a los enfermos, aplicando inyecciones y cosas así. Doña Maruquita Hidalgo Flores, era la que aplicaba inyecciones, pero a veces no se daba abasto y yo ayudaba en lo que se podía.

–Don Rogelio era entonces alcalde, ¿cierto?

–Así es. El me dio un localito ahí en donde estaban las carnicerías de madera y ahora está la Biblioteca. Pero nunca faltan las envidias y el alcalde que llegó, don Isaías, sin previo aviso, me corrió y otra vez, don Rogelio me dio otro lugarcito y así, me fui pasando la vida, contento con el pueblo, porque no hacía daño a nadie, ni me hacían daño a mí.

–Usted siempre fue un personaje discreto, nunca le ví en las tertulias públicas que se formaban por las tardes… Pocas veces le ví en los partidos de fútbol o básquetbol que se armaban cuando había fiesta.



–El hombre debe ser siempre cuidadoso con su única fortuna: la familia. Si alguno se descarrila, ya es su cuento. Los amigos también son un tesoro, pero si ves mucho a tu tesoro, te volvés ambicioso y terminás gastándolo en minucias. Mejor es conservarlo con discreción, que nadie sepa la calidad de tu tesoro. Pero por otra parte, es bueno no dar de qué hablar a la gente; si pueblo pequeño es un infierno, imagináte a Palestina con el tamaño que tenía, pudo ser el infierno y una copia, pero afortunadamente, desde que tengo memoria, Palestina nunca fue un infierno, sino la Gloria de Dios y ¿para qué volverlo infierno?

–Yo siempre he dicho que Palestina ha dado buena semilla; de mis compañeros de generación y la generación de mis hermanos, no ha habido un mal ejemplo, un mal hombre, una mala mujer…

–No pues. Palestina era –porque ahora ya es una villa– un pueblo chico, pero con gente grande, respetuosa, educada, con principios y valores. Eso es lo que me gusta de mi pueblo y me hace sentir orgulloso. No faltará el que se salga de las normas, pero es muy raro; es hasta revolución cuando algo grave pasa.

–Cuénteme, cómo es que de pronto Usted se inmiscuyó en el periodismo.

–No soy solo periodista; soy poeta también. Escribo versos. Talvez nadie los sepa o conozca lo que escribo, pero eso no importa. La poesía es la ventana por donde el alma se escapa para dar vida a la esperanza. Y en Palestina como en muchos pueblos de Guatemala, nos hace falta mucha poesía para entender nuestras fortalezas y debilidades; para entendernos a nosotros mismos, conocernos y ayudarnos. El periodismo es denuncia contundente, pero la poesía, es denuncia con vitalidad y entereza, porque queda, mueve y concientiza. La poesía tiene espíritu; el periodismo es el cuerpo donde se aloja la poesía. Es decir, el periodismo es el conductor de la poesía.

La conversación es interrumpida por un colega que se asoma para pedir la clave de ingreso a mis archivos de la computadora. “Queremos una copia del programa para el día de la clausura”, argumenta. Además, alguien quiere bajar de la Internet una copia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un grupo de periodistas habían estado prudentemente a distancia en espera de alguna consulta. Aprovechan para abordarme y acaban con el hilo de la plática. Atiendo todas las peticiones, doy algunas instrucciones y se van.

–¿Qué es lo que hacés, pues, que todo lo tenés que resolver vos? –pregunta don German mientras nos acomodamos de nuevo en los sillones de cuero. –Ahora te voy a entrevistar a vos –advierte.

–Mire don German, soy presidente del Frente de Periodistas, la organización más fuerte y respetable de periodistas y, junto con la ARRPRECH y el periódico “El Orbe”, somos los organizadores de éste Congreso. Por eso es que me ha visto para arriba y para abajo en este evento.

–¿Cómo llegaste aquí?

–Es una larga historia que habré de contarle en otra ocasión porque por ahora, Usted es nuestro invitado y yo de aprovechado, quiero entrevistarle para un blog en Internet que escribo sobre Palestina. Pero no quiero ser grosero y a grosso modo, le cuento que desde el año 1987, vivo en México, luego que en Guatemala se me persiguió injustamente, a raíz, por un lado, de mi forma de pensar y escribir y por otro, de la ambición de unos empresarios para los que trabajé e hicieron creer a algunas autoridades que yo era guerrillero y, a algunos mandos de la guerrilla, que yo era kahibil. Un enredo criminal que tras varios intentos de asesinato, tuve que salir, primero, a Costa Rica y luego, pasé por varios países como Argentina, Bolivia, Colombia, Panamá, Ecuador, Cuba, Nicaragua, Chile, El Salvador… En fin, todo un recorrido por América Latina, hasta que el destino me marcó un alto en México. Y acá estoy, ahora, ante Usted, con la frente en alto, sin nada de qué avergonzarme. Pero…

–Dígame, ¿cuál es su opinión de la gente de Palestina?

–Palestina es un pueblo de gente ilustre; gente noble, sin pertenecer a la nobleza aquella de la que los europeos se ufanan aunque vivan de los escándalos. Nunca, desde 1964, he sabido de un escándalo de la nobleza de la gente de mi Palestina. No conozco a uno solo que sea deshonrado; tendrán sus diferencias, tendrán sus pleitos, pero nunca un acto de deshonradez. No conozco gente más honrada que la de Palestina. Hasta don Isaías que me corrió del local, era un hombre honrado; sus razones tuvo y yo, como ciudadano, las acaté, aunque me quejé con quién debí hacerlo porque era mi derecho.

–Es un pueblo bragado en asuntos morales…

–Mucho, pero también es un pueblo comprensivo. No faltan los chismosos como en cualquier pueblo, que se dedican a inventar historias, pero de ahí no pasaba. Me acuerdo, por ejemplo, cuando una muchacha salió embarazada y como no encontraban al culpable, decían que “el cadejo” la había embarazado y hasta decían que su papá había sido el “ganón”, pero nada de eso, con el tiempo, apareció el galán y tan tan, el asunto quedó en puro chisme. También me acuerdo cuando una indígena, muy famosa por sus babosadas, salió con su panza, le echaban la culpa a todos. ¡Hasta tu papá estaba en la lista!

–Usted se sabe toda la historia de Palestina, ¿Qué me puede decir de ésta?

–Mirá, cuando yo llegué, Palestina ya era municipio. De oídas sé que es una historia digna de estar en los anales de la historia general de Guatemala, principalmente porque en medio de la historia hay anécdotas que, puedo asegurar, ningún otro pueblo de Guatemala tiene. ¿¡Te imaginás la seguridad de sus fundadores para dar al Presidente del país una lección de humilde serenidad!? No creo que ningún otro pueblo tenga gente con esa calidad humana para ver al Presidente de la República, no como a un dios, sino como a un hombre más, con sus debilidades y con sus limitaciones. Eso solo la gente de Palestina de los Altos puede hacerlo, porque es un pueblo permanentemente embarazado de inteligencia y cordura, a pesar de que algunos malpensados opinen que fue una falta de respeto ofrecer cerveza al señor Presidente.

Don German se pone de pie. Camina entre los sillones del lobby del hotel y bromea respecto a las constantes interrupciones de los demás periodistas. “Si seguís así, sin atenderme, me voy a mi cuarto; no tenés paz vos”, me dice entre risas.

Tuve intención de invitarle a un bar para platicar más a gusto, pero yo mismo había dado la instrucción que esa noche, nadie gozaría del derecho a desvelarse debido a que al otro día, tendríamos el acto principal con las autoridades, dado que se celebraría el Día de la Libertad de Expresión; además, yo no había escrito el discurso que daría con ese motivo y debía hacerlo. La plática, por tanto, se vio truncada. Le acompañé hasta su habitación y bajé a la mía para concentrarme.

–Si me entrevistaste, ¿dónde vas a publicarla? –quiso saber mientras subíamos las gradas al segundo piso.

–En el blog de Palestina, en Internet –expliqué.

–¡Ah! Entonces le voy a decir al “Tush” que me ayude para verla; él sabe de esas cosas –acotó.

Comentarios

Ismael Gomez: dijo…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ismael dijo…
Le felisito por tener este blog, es muy bueno saber la historia de nuestro plueblo, Palestina de los altos,

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