San Cristóbal, veneración colectiva en Palestina

El gigante de Cananea, patrón de choferes


Una de las tradiciones de Palestina que se niega
a morir a manos de la modernidad.

Al primer tronido, mamá se ponía de pie e iniciaba el griterío para obligarnos a salir de la cama; eran las cuatro de la mañana del 25 de julio de cada año. Intentábamos ignorarla, pero las campanas de la iglesia se empeñaban en acompasar la insistencia maternal para acudir, presurosos, a los maitines o alboradas, en los que iniciaban los festejos al patrón de los choferes: San Cristóbal, el gigante de Cananea que, cuenta la tradición, cruzó al Niño Jesús por un vado peligroso.

En el atrio, los choferes destacados del pueblo (que formaban una cofradía en honor al santo festejado) daban la bienvenida a los feligreses que poco a poco ocupaban las bancas de la vetusta Iglesia de madera. Café, chocolate, paches (tamales rojos) y pan recién salido del horno de doña Tea y doña Trinis, eran servidos una vez que doña María Hidalgo, doña Panchita Godínez y doña Martha Jiménez, terminaban los rezos, por ahí de las 6 de la mañana. Infaltable, la marimba “Gloria Altense”, de los hermanos Cancino Morales, también conocidos como “Los Chunes”.

Para las diez de ese mismo día, el desfile de camiones y carros vestía de alegría al pueblo. Vejigas de diversos colores, cadenas de papel de china vistosas y ramas de cerezo, adornaban los camiones de don Polo Noriega, don Chava Monterroso, don Edgar Morales, don Juan Peñalonso, don Anselmo (perdón, olvidé el apellido), don Lolo Recancoj, don Belisario (otro apellido que se me va), don Manuel Monterroso, don Juan de León, don Isaías Cifuentes, don Jacobo Morales (el famoso camión que conocimos como “El Soberano”), el camión de Ranferí, los camiones de don Walberto Maldonado, el taxi de don Wiliam de León, el camión de don Enrique Villagrán, el de Otto de León y su hermano Noé que manejaba un camión de la Coca-Cola (¿así se apellidaban?), el de Gundemaro López, la vieja pick-up anaranjada de los hermanos “Campero” –uno de los cuales hoy es el alcalde de Palestina–, carros de El Edén, Buena Vista y El Carmen e incluso, de San José Granados y Chuicabal, aldeas de San Antonio y Sibilia, respectivamente.

Algunas veces, el desfile iniciaba desde Buena Vista; otras, de la Curva de “Los Payasos”; el recorrido siempre fue interesante. Los otros “choferes” que nunca faltaban en los desfiles, éramos los patojos que, “conduciendo” ruedas de hule y acero, corríamos como locos al lado o delante de los carros. Luego venían los partidos de fútbol, en el viejo campo, entre ríos; por la tarde, encuentros de básquetbol y hasta la noche, baile de gala, por lo general, de entrada libre, en donde muchas veces bailé con Araceli Escobar, bellísima patoja de El Carmen. Pero a mi me encantaba bailar con Doña Maruquita Hidalgo Flores, prima hermana mía y madre de Enma, Edilsa, Nikis, Roel, Aroldo, Chepe y Güicho, mis primos (en realidad, sobrinos) a quienes, por favor de Dios, estimo en gran valía.

Generalmente, por las tardes, los patojos imitábamos el desfile de la mañana; algunos con ruedas, otros en las incansables bicicletas que alquilaba Arnulfo Monterroso Escobar. Nunca lo olvidaré: en la curva que daba arranque a la calle que lleva hasta la casa de Marcos Escobar hasta la escuela “Rafael Landivar”, una de esas tardes, los frenos no me respondieron y fui a parar con todo y fierros viejos a la orilla del río. Arnulfo, que fue siempre un hombre comprensivo y decente (y lo sigue siendo) sólo se rió y no me cobró la reparación del artefacto.

Cómo siempre, el santo de la devoción, quedaba condenado al olvido. Pero, ¿quién era Christóforos? Cuenta la leyenda que éste fue un esclavo apuesto y fuerte que, en su propia condición, solía sólo servir a amos fuertes y dignos; una ocasión, el amo a quien servia, tuvo un ataque de pánico que le hizo temblar bajo el argumento que estaba viendo al demonio.

Cristóbal, que en griego significa literalmente “portador de Cristo”, decidió buscar a un nuevo amo, capaz de hacer temblar al que entonces abandonaba. Buscó por muchos lugares al demonio, sabedor que éste era superior a su anterior amo. Encontró a un brujo que le hizo saber que el único ser capaz de hacer temblar a todos, era el diablo; decidió buscarle para servirle. En su recorrido, pasó junto con el brujo, cerca de una cruz, la cual evitó el hechicero bajo fuertes temblores de pánico. Ahí se enteró que el diablo también tenía miedo a quien murió en ésa cruz.

Entonces decidió buscar a quien hacía temblar al diablo, quedándose en un vado peligroso, ayudando a la gente a cruzarlo, dada la fuerte correntada de agua. Un día, tomó en sus hombros a un niño que intentaba pasar el vado, haciéndose la carga excesivamente pesada que le tomó mucho esfuerzo alcanzar la orilla del vado. Una vez del otro lado de éste, Cristóbal preguntó al niño la razón por la que padeció en demasía el traslado.

El niño respondió que el peso se debía a que cargó todo el peso de los pecados del mundo y se identificó como Cristo, el hombre que él buscaba para servirle. Su verdadero nombre era Ofero o Reprobus, un gigante apuesto que medía dos metros y medio de estatura.

Otras versiones apuntan que Cristóbal se llamó Relicto, nacido en Tiro ó Sidón, cuyo carácter fue siempre benévolo y sirvió al emperador romano, a quien consideraba el rey más poderoso de la tierra, hasta que descubrió que temblaba con la sola mención del nombre de Jesús.

Se dice que una vez que pasó al Niño Jesús por el peligroso vado, el Señor le cambió de nombre y le pidió que acudiera a Antioquia donde fue bautizado en el cristianismo por el patriarca de la Iglesia, Babilas. Cristóbal empezó a evangelizar en Samos. Por orden del emperador Decio, Dagón, prefecto de Licia, ordenó flagelarlo con varillas de hierro, un casco al rojo vivo sobre la cabeza y, mientras se consumía sobre una plancha de hierro a fuego lento, le fueron lanzadas flechas hasta que al día siguiente, se ordenó decapitarle. Muchas otras leyendas fantásticas hay sobre San Cristóbal, lo que ha llevado al Vaticano a retirarlo de los altares, pese a la popularidad del santo.

La enciclopedia Wikipedia, con fundamento histórico reciente, apunta sobre San Cristóbal: “No resulta raro encontrar a otros personajes que hayan sido elevados a los altares y lleven el nombre de Cristóbal como a San Cristóbal el Bárbaro (mártir sirio del siglo IV), al beato Cristóbal de Campobasso, franciscano del siglo XV, San Cristóbal de Collesano (siciliano del siglo XV)”. Aunque obviamente el más popular es Cristóbal de Licia (sobre quien habla este artículo). El culto a San Cristóbal de Licia es de origen oriental, llegando a Occidente después del siglo V, de Constantinopla llegó a Sicilia y de allí a Europa Occidental.”

Durante la Edad Media fue de los Santos más venerados; en su honor se hicieron templos y monasterios, tanto en oriente como en occidente. La fiesta de San Cristóbal en occidente se celebra el 25 de julio y en oriente el 9 de mayo. Aunque en la tradición hispana se celebra el 10 de julio (de acuerdo con la tradición mozárabe) para dejar libre el festejo a Santiago Apóstol.

San Cristóbal fue venerado como uno de los Catorce Santos Auxiliadores y santo patrono de los choferes. Erasmo de Rotterdam criticó su culto en su obra “Elogio de la locura” ó “Elogio a la locura” (Moriae Encomium).
Se presume que las reliquias del santo podrían estar en la catedral de Morelia, México, como obsequio de la Santa Sede por la inauguración de la diócesis en el siglo XVI. Igualmente tiene un papel importante en la Santería, siendo la representación de Agayú.

En febrero de 1969, Paulo VI ordenó revisar el calendario litúrgico para suprimir a los santos de cuya existencia no hubiesen pruebas. Junto con Jorge de Capadocia, patrón de Inglaterra, y otros santos, se dictaminó en abril del mismo año, la eliminación de San Cristóbal del santoral, aunque se mantuvo el derecho a su representación iconográfica y veneración por razones históricas. Hasta ese momento, San Cristóbal había sido venerado como uno de los Catorce Santos Auxiliadores.

No obstante las medidas hasta hoy no ratificadas o ignoradas por el Vaticano, la veneración de San Cristóbal es, en lugares tan iconográficos como Palestina de los Altos, un ritual que deslumbra, pero también, que denota sincretismo religioso que obliga por lo menos a la aceptación tácita de una costumbre que, seamos francos, deja sus dividendos a la Iglesia Católica.

Con admisión o no del Vaticano, éste 25 de julio, en Palestina, sin duda, habrá liturgias y veneraciones que recuerdan que éste, es un pueblo vivo, lejos de las disposiciones de los hombres, pero cerca, muy cerca de Dios.

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