Historia de locos, leyenda para cuerdos

La verdadera historia de Joaquín... Y nosotros, los auténticos locos


No es menester andar desnudos
por las calles violentando la paz
de otros para mostrar locura; basta
con exhibir indiferencia y fingir cordura...

Estimado (a) Anónimo (a):
Es realmente conmovedora la historia de Joaquín; créame que no la había escuchado, seguramente porque en más de 20 años yo no tenía noticias certeras de nuestra Palestina. El relato del loquito que ví en San Marcos me hizo recordar la petición de escribir algo sobre el singular personaje del que Usted, amablemente, hace referencia. Dadas las características, asumí –bajo el instinto de periodista que me persigue desde que decidí serlo y que posteriormente, me instó a escribir tajos de nuestra muy especial y particular historia– que aquel hombre que ví en la Ciudad de San Marcos, era el mismo que deambula por Palestina.

Acogido el error de apreciación como gaje del oficio sin tener la menor intención de desorientar a
los lectores que hacen el grandísimo favor de leer éste modesto blog, agradezco su interés por señalarlo y le ruego, muy encarecidamente (“por vía de Dios”, como dijera un caro amigo de por acá), que se sienta con entera libertad para ayudarme a corregir lo que Usted considere necesario y pertinente.

Por otro lado, permítame agradecer la mención que hace Usted de otro personaje: El “Juan Loco”. No le recordaba; sí en cambio a “Güicho Loco”, aquel señor de cabello y bigotes canos que solía aparecerse por temporadas en Palestina y era cobijado por la generosidad de don Tin Monterroso y su gentilísima esposa, doña Panchita Godínez.

A Güicho le recuerdo con un suéter verde pálido, un viejo loro malcriado y un radio Nivico de dos bandas que escuchaba a todo volumen… Bueno, es un decir, porque en realidad, Güicho Loco era sordo, no sé si de nacimiento o adquirió la sordera en alguna de las fincas cafetaleras a donde, contaba a gritos a mi señor padre, iba a trabajar durante la época de cosecha del aromático grano.

Güicho era un gran conversador; acostumbraba charlar a gritos, de tal manera que más de la mitad del pueblo daba oídos a sus interminables peroratas que se alargaban –por lo menos en casa de mis padres cuando se juntaban mi padre, Angel María, don Julio Godínez, Porfirio Godínez don Liberio Morales y él– hasta pasada la media noche. Si Güicho Loco hubiese sido escritor, no dudo que hubiera sido un excelente narrador. Los patojos, que por obligación o por shutes, nos quedábamos a escuchar las historias contadas por él, créame que disfrutábamos en grande las fantasías que le brotaban como torrentes de genialidad.

Luego entonces, no estaba tan loco. Enloquecía, sí, cuando algún güiro deschavetado le gritaba “¡Güicho Loco”! en la calle. Claro, era el deporte municipal de la patojada cuando Güicho se aparecía por Palestina. Creo, finalmente, que le decían “loco” porque tenía la feliz costumbre de hablar solo mientras sembraba, limpiaba o cosechaba la milpa. Hubo quienes juraban a pie juntillas que Güicho tenía pacto con el diablo porque nunca envejecía; había más de un señor de edad que aseguraba que cuando era niño, Güicho ya era como era y que sus tatarabuelos le habían visto igual. Quién sabe.

Juan Loco, ahora lo recuerdo, tampoco estaba tan en desacuerdo con la sensatez; más bien era un personaje retraído que nunca se desprendió de su chaqueta negra de lana cruda, aún así el mundo estuviera en llamas. Se violentaba cuando la cusha tomaba control de sus actos y de ahí el mote le sentó de mil maravillas, aunque con el tiempo y debido a su perpetua embriaguez, terminó por perderse en la inercia que lo hizo ver como un loco de remate que había perdido incluso, el sentido del gusto, de tal manera que una de tantas noches en que no teníamos absolutamente nada qué hacer (ya era habitual) a uno de los que andábamos sueltos y creo que hasta más locos que él, se le ocurrió llenar su botella de charamila con meados y sin chistar, la consumió hasta no dejar ni brisa dentro del recipiente.

Entre otros personajes de Palestina que gozaban de ésa fama estaba “Tortí con Tortí” que Luís Morales Hidalgo (El Chinito) me asegura que era un hombre y no una mujer como yo creía. En todo caso, recuerdo a una loquita que andaba siempre con un matate en la espalda y una vara de bilil y de la que hago referencia en uno de los artículos en éste blog.

La historia de Joaquín, como Usted me la cuenta, es triste. Es éste, un hombre que quedó huérfano desde su niñez, cuando un voraz incendio arrasó con su casa, muriendo en medio de las llamas, sus padres. Milagrosamente, Joaquín logró salir del infierno y salvó la vida. Dada su extrema pobreza y la carencia de otros familiares, se quedó sólo, viviendo en compañía de un rebaño de ovejas, sin ropa ni alimentos.

Nunca aprendió a hablar, refiere Usted y se vio obligado a vivir en el mismo corral donde pernoctaban las ovejas que finalmente, le abandonaron una a una… A otras se las comió, digamos, en carne viva. De ahí su costumbre de robar carne en las carnicerías y comérsela cruda. Su desnudez, parte es de su extremísima pobreza, por un lado y por otro, asumo, por la falta de actividad de sus sentidos. Vive, entonces (o mejor dicho, sobrevive) de hierbas y carne cruda… Y más miseria y más pobreza extrema.

Se me ocurre que a Joaquín, quizá no le falten sus cinco sentidos; talvez le falte amor, comprensión, sentido de dignidad humana. Digo. Créame que la historia que Usted me ha contado sobre éste hombre, me ha puesto a pensar en muchas cosas. Una de éstas es que, a veces –si no, la mayoría de éstas– los que creemos estar cuerdos estamos más locos que los que pensamos que lo están. No es menester andar desnudos por las calles violentando la paz de otros para mostrar locura; basta con exhibir indiferencia y fingir cordura, para estar en las mismas condiciones de nuestros locos.

Locos que, por mera coincidencia con nuestras condiciones sociales, se vuelven leyenda, una fábula fantástica que nos obliga a reconocer que somos, al final de cuentas, locos con un tema en la punta de la lengua, dispuestos a construir quimeras y levantar casas utópicas donde podamos resolvernos como seres humanos.

Le reitero mi profundo agradecimiento por su atento comentario y le refrendo la súplica (que hago extensiva a amigos, paisanos, familiares y lectores en general de éste blog) de ayudarme a hacer de éste espacio, un lugar común a donde concurramos, todos, en busca de nuestras raíces.

Sinceramente

Angel Flores.

Pd.: Aprovecho para agradecer a doña Charito por las fotos de los Centuriones de Semana Santa en Palestina, que hizo favor de enviar. Estoy a la espera de un texto explicativo de los misterios de esa tradición palestinense, única en Guatemala, que ofrecieron enviarme. Soy franco en admitir que no conozco el fondo histórico y cultural de esa tradición propia de nuestra amada y recordada tierra. Saludos.

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