Cama de cumbres, luna desvelada, así sos vos, Palestina

La secrecía entre la fe personal y Dios


Que no nos mate la lejanía...
Para el Chato Sholco, Pecho
de Gallo, el Chula, Quincho,
el Chuqui, Nayo Loco,
el Guatel, el Piojillo, el Tulo,
el Urco, Chiqui, Sara,
Sandra, Odilia, Geny,
Wilna, Alma —y otros tantos
cómplices de nuestra
irreverente nostalgia—, porque
el presente y el futuro
no cohíban ni condicionen
el pasado, y porque
las plegarias por
Mario Villagrán, acaparen
el tiempo de Dios.


Mañana fresca, sol desperezándose atrás de “Las Delicias”.
De la “Cruz Verde”, no más de veinte bajan a paso lento, rítmico. Cuelgan de su fe.
El tum y la chirimía resuenan; festinan. Confunden canto con llanto de ancestros.
Descienden abrazados de la primer esperanza, con sus altacruces apuntando a la luna que aún no duerme.
Día de fiesta, de celebrar el Cuerpo de Cristo.
Eso explica el alboroto de canciones rancheras a golpe de marimba y vientos atolondrados, aventados desde un viejo saxofón y acomodados por algún violón que apenas se oye entre las cumbres.
Rompió, la fiesta de la víspera, las ganas de dormir.
El incienso y el estoraque bañan el resto del espacio que ya ha sido preñado de olores a hierba, hojas cargadas de rocío mañanero.
Huele a pino, huele a festividad, huele a comunión.
Los cofrades del Corpus Cristi, recuerdan los cuarenta días del sacrificio de Jesucristo.
Caminan; nadie reza. Sus plegarias son silentes.
Detrás de ellos, el añejo tañido de campanas.
Lloran.
Cantan.
Invitan.
Puertas abiertas.
La roída madera de la iglesia se percata de la fe.
Cobija. Aprueba la entrega.
Incienso y estoraque mezclan sus esencias con el pino, las manzanillas, el corozo…
Plegarias. Manos entrelazadas. Miradas que exploran el infinito. Secrecía sacramental.
Es entre ellos y Dios Padre. Nadie más interviene.
La cusha no respeta creencias. Se presenta y corre de boca en boca.
La ofrendan.
Los vence; entregan sus cuerpos, se rinden. Chus Cocina los acomoda. Y bebe también los restos de cusha que han quedado de los ritos.
También cae.
Ríe a tambor batiente.
La tarde agoniza. Palestina tiende su cama de montañas.
En vano esperar la luna; hoy se acostó tarde.
Oscuridad preponderante.
En la lejanía, el tum da pautas inciertas…
La chirimía, silente.
Costumbre de pueblo. Abatidos por el recuerdo, soñamos desesperadamente.
Soñamos con lo nuestro.
Lo que nos dio razones para no admitir los coqueteos de la muerte.
Soñamos que estamos ahí.
Lloramos.
Sentimos. La brisa. El frío.El olor a cipreses.
Vemos, cuando cerramos los ojos, las flores, blancas flores de cerezales.
En Sábado de Gloria, sus juncos nos azotan.
Corremos.
La chirimía anuncia el levantamiento de la muerte. La victoria de Cristo.
Los cofrades, otra vez, un año más, ahí, con su tum y su chirimía…
Y sus canciones.
Su atol con súchiles.
Sus panes de trigo. Sus shecas.
Ahí seguimos.
No nos ha matado la lejanía.

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