La tierra de donde fuimos arrancados

Personajes memorables, cultura y tradición



La grandeza de un pueblo no radica en su potencial económico, sino en la riqueza moral de sus habitantes. Palestina de los Altos, sin lugar a dudas, es de los pueblos en que, cada habitante es un personaje digno de ser homenajeado, aunque sea modestamente. Esos personajes, a la postre, son los que forjan la verdadera historia de los pueblos, puesto que el sólo recuerdo de hechos y actos, reflejan la cultura, las tradiciones, las costumbres y los ritos de éstos, independientemente de aquellos que, para efectos de conocimiento general, se cuecen aparte. Muchas veces, en el fragor del tejido de nuestra historia pueblerina –que por convicción se torna en nuestra muy personal historia– se olvida el elemento sustancial de la sociedad: sus personajes.

Estos, al igual que lugares comunes, son los que hacen historia, crean mitos y alimentan leyendas colectivas que enriquecen nuestras tradiciones. El presente material intenta rescatar parte de aquellos personajes que viven en la memoria perpetua de aquellas generaciones que hoy son producto de la enseñanza y el ejemplo de quienes aquí son mencionados; algunos quizá ya se hayan adelantado pero queda su huella, una estela de sabiduría que nos enseña que no es necesario aparecer en los grandes compendios universales de la historia para saber que se existe, para saber que ese patrimonio cultural, nos obliga a tener presente siempre la tierra de donde fuimos arrancados.
Antes de iniciar el recuento de los seres incomparables que han dado vida a Palestina de los Altos, he de pedir disculpas si alguno de ellos se ha escapado de la memoria. Más aún, debido a casi 25 años de ausencia, algunos apellidos se han escondido en algún rincón de la memoria. Por ello, suplico de nuevo disculpas y ruego que si tienen la oportunid
ad de corregir, lo hagan con entera libertad.
De andar lento, con su grueso saco de pana, suéter de lana, camisa de franela y pantalón invariablemente azul marino, Don Lolo (Teodoro Morales) es
quizá el personaje más recordado de Palestina. Padre de todo un ejército de hombres ilustres del pueblo (entre ellos dos de los fundadores del municipio), era más conocido como “Papá Lolo” o “Tata Lolo”, como le llamaban los indígenas del lugar, quienes, al igual que los demás habitantes del pueblo, le rendían tributo y respeto absoluto. A sus casi cien años, Don Lolo nunca dejó de visitar su adorado terreno llamado “El Plan”, donde todos los días, acompañado de su yerno, Don Urbano López y sus nietos, Losber, Sindulfo y la hermana de éstos conocida solamente como “Chatita” ordeñaba sus vacas, daba de comer a su única yegua y cuidaba sus plantaciones de papa, maíz y trigo. Las temperaturas bajo cero no le quitaban el buen humor y así fueran las cinco de la mañana, siempre tuvo una frase divertida para alentar a sus nietos que cargaban las cubetas para recolectar la leche, aunque también fue hombre de carácter firme y determinante.



De Don Lolo nunca se pudo contar el número de nietos, bisnietos y tataranietos. Lo que sí se sabía a ciencia cierta es que amó toda su vida a Doña Amalia Rivera, de quien todos sus hijos heredaron la afabilidad y la educación, virtudes que se extendieron a las docenas de nietos, bisnietos y tataranietos. Hubo casos en que sus nietos murieron de enfermedad natural mucho antes que él, lo que lo convirtió en una leyenda viva a la que recurrían los notables del pueblo para conseguir consejo, sin que por ningún motivo, se erigiera en caudillo o cacique.
Fueron Gregorio, Wilfredo y Rubén, tres de los hijos de Don Lolo, quienes, en 1932, fundaron el municipio, durante el gobierno de Justo Rufino Barrios. Entre otro
s hijos ilustres, figuran Teodoro Morales Rivera, Don Adán, el mayor de todos, cuya longevidad también era notoria en todo el pueblo. Oliverio Morales, maestro consumado que impuso ante las muchas generaciones de discípulos suyos, la frase “orden y respeto” con la que logró imponer una férrea disciplina en las escuelas donde impartió clases. De Don Liberio, que era como se le conocía, es hijo Werner Morales Hernández, actual alcalde de palestina de los Altos. También son hijos suyos Don Chamín y Don Gregorio.
Entre las hijas de Don Lolo, figuraron Doña Ofelia, esposa de Don Walberto Maldonado, prominente empresario local, dueño de la tienda mejor surtida en los tiempos en que se construía la carretera que unía a las ciudades de Quetzaltenan
go y San Marcos। Doña Olga, mujer de imperturbable carácter y fino humor, esposa de Don Urbano López, el eterno ecologista que fue el primero que puso un vivero de pinabetes, pinos y cipreses, además de ser el mejor cultivador de papas. Se puede decir que la familia Morales, es la más grande, puesto que de esa misma rama surgen otros personajes ilustres como Elmer Morales Velásquez, hombre de intachable trayectoria profesional que, aunque nunca impartió clases en Palestina, goza del respeto de varias generaciones que vieron en él, el ejemplo más claro de honradez y transparencia. Elmer Morales es hijo de doña Luisa Velásquez, incansable mujer que con tesón pudo dar a sus hijos y nietos, una vida digna.
En Palestina había un restaurante; éste era propiedad de Doña Panchita Godínez y Don Agustín Monterroso, padres, por cierto, de Marilú, Magnolia, Chayito, Sh
ily, Maya y Nuria, mujeres de extraordinaria belleza, sin demeritar, desde luego, la belleza de otras mujeres del pueblo. Ahí están las hermanas Dora, Magda y Nubia Figueroa; Celeste Escobar, Ligia Carolina Morales, Violeta Santizo; Dora y Vilma Calderón; Roxana y Selmyra de León, ésta última, de exquisita belleza. Como ellas, decenas de mujeres bellas que, conforme avancemos en éstas memorias, iremos mencionando.
Como en cualquier pueblo, nunca faltó el lugar para ahogar las penas; estaba la cantina de Doña Geny Natareno, lugar preferido de quienes en aquellas épocas, nos iniciábamos en el arte de ver doble y que, eventualmente, era atendido por Juliana, mujer indígena de facciones finas, trato amable y un recato a prueba de balas. Esta cantina perteneció a
ntes de la familia Noriega y era atendida por María (qepd), Simona, Paty e Isaura, además de Doña Marina, esposa de Don Leopoldo, hombre de singular facilidad para las bromas. Existía también la cantina de Doña Mary de Paz, ubicada junto a uno de los salones donde el Primer Viernes de Cuaresma, los Sábados de Gloria y el Día de Muertos, se organizaban las célebres zarabandas indígenas a donde entrábamos de vez en cuando a ver las escaramuzas por las muchachas. Y, eventualmente, la cantina de Don Manuel Cifuentes, padre de César, el inteligente del pueblo que llegaba los fines de semana para gastar las noches en interminables juegos de barajas y canciones de Agustín Lara. Y qué decir de las “cusherías” (casas de indígenas donde se vendía licor casero hecho a base de afrecho fermentado) de donde más de una vez salimos a gatas después de libar algunas botellas de aguardiente. En casa de Don Juan Peñalonso, donde había una tiendita surtida de los mejores vinos del momento, también se podía ir a disfrutar de ese sagrado líquido y de paso, charlar a gusto con Sarita, que fue siempre una excelente anfitriona y amena conversadora.
Cuando niños, era de ley andar con la cabeza a rape. Don Enecón Escobar y Don Lon, eran los encargados de mantener nuestras cabezas expuestas al penetrante frío o al insoportable calor durante el día; con los primos, preferíamos a Don Anacleto y para ello, caminábamos casi una hora hasta la aldea El Carmen. Don Cleto ¬–después de la muerte de Don Lon, como le decíamos a Don Lon–, se convirtió en el barbero oficial, puesto que con Don Neco, no sabíamos si íbamos a cortarnos el pelo a una sesión de “zapes” en la cabeza. Don Lon
y Don Neco, además de barberos, eran los dos zapateros del pueblo. Ambos eran afortunados al ser padres de hijas bellas: Celeste, de Don Neco y Magda y Nely, de Don Lon.
Rosalío Cifuentes y Roderico Escobar, eran los carpinteros que en menos de lo que se enfriaba un muerto, ya le habían confeccionado el ataúd. Lico era el más hábil, au
nque no le ganaba Don Urbano Escobar, que fabricaba los mejores muebles para los habitantes de Palestina. De todas formas, el trabajo honrado de estos hombres, es digno de mencionar. Curiosamente, ninguno de los tres barberos tomaban licor; la única vez que Lico bebió, estaba conciente, pero las piernas lo hicieron tropezarse tantas veces que fue necesario llevarlo entre cinco hombres a su casa, donde le esperaban Irma, su esposa y Soledad, su pequeña hija que para entonces, ya daba señales que llegaría a ser bella.
Don Enrique Villagrán, chofer de profesión y panadero por naturaleza; durante los días previos a la Semana Santa, su casa era una romería de todos cuantos solicitaban sus servicios de panadero। Pero para el pan del diario, ningunas como Doña Teresa y Doña Trinidad, que a pesar del penetrante frío de las madrugadas, surtían de pan a todas las tiendas, incluyendo a la suya, que era atendida por Marisela, guapa muchacha de carácter fino.

La única gasolinera de entonces, era propiedad de Don Isaías Cifuentes, quien como alcalde, logró la introducción del drenaje y la construcción del Centro de Salud. Ahí se arreglaban llantas, se hacían trabajos de mecánica general, negocios atendidos por sus hijos Héctor, Walter, Juan y Lisandro y eventualmente, por sus hijas Lesbia, Zoila e Irma, antes de contraer matrimonio con Ronaldo, hijo de Doña Concepción, propietaria de una de las mejores tiendas del pueblo. De Doña, por cierto, es nieto Jorge Guillermo Sánchez, entrañable amigo de la infancia con quien pasamos las aventuras más dispares y divertidas y a quien no veo desde hace más de 35 años. Su hermano Oscar, excelente portero de fútbol y su hermana Cony, son de recuerdos inolvidables.
Como en todo pueblo, no faltan los personajes populares. La “T
ortí con Tortí”, era una loquita que de vez en cuando se aparecía por el pueblo cargando una sábana llena de cachivaches que nadie se atrevió a revisar. Armada con tremendo palo, recorría las calles pidiendo “tortilla con tortilla”, de donde provino su sobrenombre; también recordamos a “Güicho Loco”, genial personaje que solía pernoctar en casa de Doña Panchita y Don Tín y por las tardes, visitar a la familia de Don Jorge Godínez, soalzándose con extraordinarias historias de espantos y apariciones. Güicho, padecía de sordera y solía gritar cuando platicaba; así que sus historias, se oían por todas partes y solo montaba en cólera cuando, escondidos entre la milpa, le gritábamos el apodo. Nunca dejó a su loro y se decía que tenía una especie de “pacto” con el diablo porque nunca envejecía. Otro personaje popular era “El Chano” quien por las mañanas, ordeñaba las vacas de Isaías Cifuentes, las alimentaba durante el día y estaba solicito para repicar las campanas para llamar a misa o para acompañar la última caminata de los muertos. El “Mingo”, indígena de carácter recio y más terco que ninguno, era el brujo del pueblo; tenía fama de convertirse en animal. Su violenta muerte, no dejó lugar a las dudas, pues se llegó a decir que un indígena lo había macheteado pensando que era un coyote que se robaba sus ovejas. No faltaron los “bolitos” de oficio, como “El Cruz” y “El Bernardino”, a quienes los patojos les jugaban pesadas bromas, como cambiarles el contenido de las botellas por orines y huían de ellos despavoridos cuando se despertaban y llenaban de maldiciones y amenazas el aire. Por cierto, Bernardino, indígena bragado en las calientes tierras de la costa guatemalteca, era padre de Albertina, hermosa mujer que terminó casándose con Carlos Morales, el “Chuya”. El Cruz, tío de un muchacho apodado “Pelé”, nunca abandonó el terreno donde todos los años se crucificaba a Jesús durante la Semana Santa, a un costado de la Iglesia Vieja, hoy desaparecida, según las fotos de Palestina que he visto en ésta página de Internet.



Otro personaje genial fue Don Valentín Morales; cuidaba tanto sus árboles de manzanas que todos los días, por la mañana y la tarde, contaba los frutos para cerciorarse si no le habían hurtado algunos. Jamás se dio cuenta que siempre hacían falta las manzanas que los muchachos de la escuela le robaban cada día. Don Estanislao, al parecer, padre adoptivo de El Chano, es también digno de mencionar. Culto hasta decir basta, educado y caballeroso, siempre tuvo un consejo a flor de labios, especialmente si se trataba de curas para niños enfermos de “ojo”, “pujo” o retortijones. Por último, resulta inolvidable el padre Matías, cuyos sermones eran verdaderas obras literarias que quizá, muy pocos recuerden ahora.
Siendo un pueblo tan pequeño, era curioso ver que las dos carnicerías estaban frente a frente. Una era de Don Rogelio Monterroso y la otra de Don Pedro Cifuentes. Ellos jamás tuvieron prisa por la competencia e incluso, los días de sacrificio en el rastr
o municipal (una vieja galera de madera y teja de zinc) se ayudaban mutuamente a degollar a las reses. Don Rogelio fue famoso por su buen trato y la firmeza de su carácter, fue padre de otros personajes que aportaron la parte que les correspondió para estas memorias: Amilcar, que con su buen humor, no dejó nunca de defender sus ideas; Orlando, incansable y emprendedor; Dagoberto, fiel a sus orígenes; Rodrigo, el menor, imparable futbolista; Sonia, la única mujer, como todas las demás del pueblo, guapa e inteligente, la mejor de la escuela. Y por último, el inolvidable Arnulfo, el que todas las tardes nos alegraba la vida con el alquiler de sus bicicletas a cinco pesos el cuarto de hora y en todas las ferias, con su famosa “Rueda de Caballitos” y las “Sillas Voladoras”. Casado con Doña Dalila, fueron ejemplo de tenacidad, constancia, fidelidad y trabajo.
Don Pedro, el otro carnicero, tuvo fama de ingenio y sabiduría; el recuerdo que ha quedado de él es el de un hombre al que nunca faltaron los recursos para ironizar, para hacer reír a la gente que se acercaba a adquirir carne. Casado con Doña Naya, fue padre de Raúl, excelente futbolista y Walter Higinio, el artista del pueblo, cuya voz era una de las privilegiadas del pueblo.
Entre otros personajes dignos de mención están Don Fidel Escobar, quien procreó a varios hijos, entre ellos a Roderico, Romeo (EPD) Gilberto y otros cuyos nombres no recuerdo. Don Mario Escobar, el eterno guardián de la sabiduría popular, dedicado en cuerpo y alma a la biblioteca del pueblo. Estaba Don Salvador Monterroso, quien junto con Doña Juanita Ralda, dieron vida a Mario (Murga) portero como pocos, a Manuel, Anita, Aída
, Paty y Carlos, amigo éste último de infancia, adolescencia y juventud, con quien vivimos aventuras inolvidables tanto en el trabajo como en la pachanga.
Un paréntesis especial merecen, por cierto, los amigos de aquella época: Carlos Monterroso Ralda, “Calín”, también cantante de los buenos, eterno enamorado de Mayrita, hermosa mujer de El Carmen, con quien contrajo nupcias por aquellos dorados tiempos. Nuestras casi diarias correrías por aquel empinado camino para llegar hasta la casa de Mayra, fueron motivo muchas veces de aventuras divertidas, aunque no faltaron los sustos por el famoso “Cadejo”, al que nunca vimos, pero que nos erizaba la piel con solo escuchar su aullido en la lejanía. Losber Urbano López, “el Chacatay” o el “licenciado”, de extraordinaria estatura y carácter introvertido, al que jamás hicimos bailar ya por miedo a su enormidad, ya por respeto a su decisión de nunca soltar sus emociones. Hábil ordeñador de las vacas del abuelo Lolo, se distinguió entre otras cosas, por su facilidad para reírse de los demás y por la puntería para matar ardillas y conejos en plena correría. Su hermano Sindulfo, mejor conocido como el “Molleja”, también de inolvidables recuerdos. Cuando el “Molleja” ponía un apodo, aparte de hacerlo con maestría envidiable, lograba que ese apodo perdurase para toda la vida. Aunque era el más pequeño en edad del grupo, siempre fue considerado como uno de los más leales amigos.
Otro de los selectos era José Morales Hidalgo, hijo de Don Teodoro Morales y Doña María Hidalgo, mujer de grandes ejemplos, muy querida en todo el pueblo por su don de gentes y por sus habilidades como enfermera ambulante y rezadora de prof
undas convicciones católicas. A José apodábamos el “Ksjell”, por su parecido a un expresidente guatemalteco que llevaba ese nombre. Al menos eso recuerdo. Era, junto con Carlos y Alfonso, de los más bailadores y enamoradizos. Su hermano Luís, a quien decíamos el “Chinito”, también entre los mejores futbolistas, era de los más tranquilos, aunque no se rajaba cuando se trataba de hacer alguna travesura. El “Chinito”, supe hace años, se fue a vivir a Estados Unidos, concretamente a Chicago. Otro hermano de éstos era Haroldo, apodado el “Tararira”, era el más bromista entre todos. Nunca le faltaron recursos para jugar las bromas más divertidas o para, junto con el “Moreno”, imponer apodos a los demás. Alfonso Morales era otro de los del grupo; intelectual, sereno y a veces, de carácter irascible cuando le molestaban, terminó siendo apodado el “Mameluco”, debido a la prenda que usaba contra el frío y de la que raras veces de desentendía. A Alfonso le gustaba la lectura y por lo general, ese era su tema favorito en todas las conversaciones, aunque pocas veces le prestamos atención.



Eventualmente, se unía al grupo Malco Bermidio Escobar, hijo de Don Neco, con quien solíamos divertirnos sanamente, aunque no faltó la aventura etílica en la que, generalmente, Malco desconocía a todo el mundo. Sus hermanos Luvelindo (otro excelente portero de fútbol) y Aurelio, también se unían al grupo, aunque eran muy raras las veces. En un pueblo tan pequeño, eran raras las enemistades. En tanto tiempo solo supimos de un par de altercados entre vecinos, todos solucionados de inmediato. Entre los muchachos de la época, solo un par de veces hubo enfrentamientos; uno de los más recordados fue cuando el hijo de un policía llegado al pueblo, intentó imponer su propia ley y fue prácticamente aporreado por los del pueblo. Los que se habían unido a su pequeña banda, terminaron por dejarlo solo y a unirse a los locales. Otro memorable pleito se dio entre Amilcar Monterroso y Gundemaro López, hijo de uno de los marimbistas célebres del lugar, Don Layo López. A los dos días del lío, ambos estaban de nuevo juntos en la cantina de Doña Geny. Había, desde luego, muchos otros muchachos. Ahí estaban los hermanos Cifuentes (Héctor, Walter, Oswaldo, Lisandro, Juan, Lesbia, Irma e Hilda), quienes siempre honraron a sus padres con su comportamiento. De Don Nayo, recuerdo a Genaro y José entre los varones y de las mujeres, de nombre, solo a Corina, aunque tenía otras hijas a las que solo recuerdo físicamente, todas ellas muy hermosas. De los Peñalonso, están Miguel y otro apodado “Colop”. Amarilis, hija de Doña Nala, cuyas hermanas también eran apreciadas en el pueblo. Los hijos de Julio Godínez, también son para recordar: Benjamín (la Colebia” Erick y Frankie, quienes adoraban y protegían a su hermanita, cuyos rasgos de belleza denotaba desde sus ocho años de edad। Nelson (epd) y Arnoldo, hijos de Doña Gabriela. Otto, Noé, Rulamán y Mechita, hijos de Don Chayito, casado con una mujer extraordinaria que, lamentablemente, no recuerdo el nombre. Los hijos de Don Javier Natareno y Doña Emma Maldonado, Joaquín, Carlos, Sergio, Wilna, Doña Geny, Roberto y Almita. Rubén (epd) Porfirio, Enrique, Aydé y Candita, hijos de Don Jorge Godínez y Doña Petronila Velásquez. De Don Lon, Arturo, Nery, Felipe, Magda, Alba y Nely. Los hijos de Don Enrique Villagrán y Doña Ester, Jorge, Chito, Esther, Roger, Enrique y otros que se escapan de la memoria। En fin, los personajes de un pueblo cuya dignidad, es grande.
El arte culinario, es otro de los grandes asuntos de ese pueblo. ¿Cómo olvidar el jocón de Doña Luisa Adriana (La Chanita) o los manjares y bocadillos de Doña M
aría Hidalgo? Otra de las comidas deliciosas era el carnero en caldillo, elaborado también por Doña Chana; el estofado y una especie de mole que no recuerdo cómo le llamaban.
Un personaje a quien he decidido dejar un espacio especial, es para Don Aurelio Cifuentes, maestro de muchas generaciones. Con su sombrero de fieltro y su traje de seda café, caminaba a pie hasta su escuela, donde predicó con el ejemplo. Para mi gusto, Don Aurelio es y será por siempre, el mejor de los maestros que he conocido.
Dos eran las glorias musicales de Palestina. La Gloria Altense, de los hermanos Cancino Morales y la Tropical, de Wiliam Morales. Amo, respeto y admiro a la Chapinlandia, pero la Gloria Altense, no tenía nada qué envidiarle a la marimba de Don Fro
ilán Rodas Santizo. El recuerdo más imborrable es el de Edmundo, hijo de Don Anibal, el director, parado sobre un banquito, a sus ocho años de edad, tocando ese bello instrumento. Tocaban ahí, Don Layo López, Don Ulíses Cancino, Don José Cancino, Don Román Gómez Chaj, Edmundo Cancino, Don Aníbal y otros que no alcanzo a recordar. En la marimba de Don Wiliam Morales, tocaban otros músicos que no recuerdo muy bien, pero eso sí, era un marimbón que invitaba a bailar toda la noche. Entre los indígenas había también conjuntos musicales dignos de recordar. Estaban los Pérez y Los Vásquez, que amenizaban las zarabandas y cualquier fiesta como las bodas, por ejemplo.



El fútbol fue uno de los deportes favoritos de la juventud palestinense. Los equipos tradicionales eran el Comunicaciones, compuesto inicialmente por los transportistas; celebraban su aniversario el 8 de diciembre. Estaba el América, de Don Salvador Monterroso y luego surgió el Juvenil Palestino (el famosísimo JUPA), compuesto por los muchachos que no encontraron espacio en los equipos antes mencionados; luego surgió el IDPA (Ideal Palestino), donde jugaron la mayoría de los amigos de quien esto escribe y han sido mencionados líneas arriba. Eran inolvidables los encuentros entre el América y el Comunicaciones o los realizados entre estos dos equipos y el Peñarol, de El Carmen o el Maritza, de El Edén.
Las fiestas son de lo mejor en la región. El Primer Viernes de Cuaresma, el Día de los Santos (1 de noviembre), el 15 de diciembre, Día de la Virgen; 24 de Julio, Día de San Cristóbal; 8 de diciembre, Día de la Virgen de Concepción que se celebraba con un convite; 15 de septiembre, Sábado de Gloria y desde luego, Navidad y Año Nuevo, fiestas cargadas de enorme tradición.
Hubo en Palestina, muertes que impactaron a todo el pueblo. Lastimosamente, muchas de esas muertes fueron de jóvenes y señoritas muy apreciadas por la sociedad. Mario Monterroso, Nelson (hijo de Doña Gabriela cuyos apellidos no recuerdo), Romeo Escobar, Rubén Godínez, Enrique Villagrán y Omar Godínez, entre los varones fallecidos por esa época. Entre las mujeres, Cuquita de León, María Noriega y Rubidia Cifuentes.
Miles de cosas más habrá para el recuerdo, el recuerdo de un pueblo cuya grandeza está todavía intacta. Sirva éste trabajo, para recordar aquella piedra, aquel pueblo de donde salimos y un día habremos de volver. Si alguien tiene más aportaciones, no duden en hacerlo. Insisto, la memoria, a casi cuarenta años, pudo habernos traicionado y olvidamos más de un personaje, más de un detalle. Enriquezcamos este ejercicio de dignificación del pueblo amado.

chollitalon@hotmail.com

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