El violinista sobre el empedrado

Don Cándido, barroco y tanguero, personaje de Aleichem


Balanceándose lentamente hacia los lados, dejaba caer sus notas hasta el suelo, donde parecían alimentarse, para luego elevarse al cielo y llenar, poco a poco, el aire de una belleza que muy pocos se detuvieron a observar.

Parado sobre las frías piedras que hacían de piso en su modesta oficina-taller, jamás perdió el equilibrio cuando la tentación de interpretar a Chaikovski le obligaba a casi tocar el suelo con la frente, o cuando la nostalgia por los años idos, le exigían el “Fumando espero” de Gardel.
Alto él, delgado y con el pelo totalmente dominado hacia atrás, no se inmutaba cuando el patojerío morboso se paraba en su puerta para observarle tocar con majestuosidad el violín. No pronunciaba palabra alguna, ni hacía mohín de disgusto, a pesar de nuestras risas de desentendimiento musical.

Éramos su eventual público cautivo, aunque nunca llegamos a ser sus críticos de arte puesto que, a esa edad, no teníamos idea que Chaikovski componía sus conciertos para violín, motivado por la tormentosa relación con Ivanovnona Milyukova, ni sabíamos que Gardel emocionaba a uruguayos y paraguayos cuando mataba a un argentino en cada tango que cantaba.

Cuando ví por primera vez la laureada cinta de Norman Jewison, “El violinista en el tejado”, lo primero que se me vino a le mente fue la imagen de Don Cándido, cuya similitud con Tevye –el personaje principal– me pareció razonable. Ambos, lo supe entonces, tenían un profundo respeto por las ideas de los demás, amaban a sus hijas por sobre todas las cosas y mantuvieron una sana discreción acerca de sus lazos familiares.

Además, Don Cándido tenía un encantador gusto por la música, pero también, una capacidad extraordinaria para no perder el equilibrio en los momentos más excitantes de sus interpretaciones.

Sholom Aleichem, el escritor de dicha obra, no pudo imaginar que, justo en un pueblito con el mismo nombre de una de sus ciudades amadas (la Palestina de Jesucristo) hubo un hombre que vivió como una de sus más elogiadas creaciones literarias: Don Cándido López.

Oírle, a veces no era cuestión de gusto, sino obligación de cercanía y compartimiento de espacios. Él, acompañado de Mozart, Beethoven Brahams, Mendelssohn o Bruch y nosotros, de la inseparable pelota de cuero con que nos batíamos a muerte sobre el polvo o el lodo, cuando la cancha de básquetbol no había sido pavimentada.

Él, sumido en la belleza de la música y nosotros, en la interminable disputa por un gol que nunca fue o la mano que jamás se marcó. Nunca nos interrumpimos el uno al otro. Era la magia del respeto… Y la complicidad compartida pues, no pocas veces le vimos parado, como deteniendo el umbral de la puerta, viendo cómo nos revolcábamos en aquella vetusta plaza, riendo –a veces– a tambor batiente y otras, como cargado de compasión por aquellos güiros que no parecíamos tener futuro.

A Don Cándido, el violín le dio su propio sentido de identidad y afabilidad personalísima. De él escuché por primera vez los términos “barroco” y “florentino” que muchos años después me ayudaron a entender al Vivaldi de Venecia y sus Cuatro Estaciones.

En aquella época, poco o nada entendíamos de arte y menos de la belleza que brotaba del violín de Don Cándido. Pero abrió la compuerta para que, en la rigurosidad del tiempo, no solo comprendiésemos su arte, sino a él mismo y, ¿por qué no?, a nosotros mismos.

Hace una semana, recién me enteré de la muerte de Don Cándido, ocurrida hace un año. La rancia casona donde muchas tardes le ví extirpar graves notas a su violín, ya no será la misma sin él. Ni el pueblo, que sin duda, ha perdido a uno de sus más grandes hombres. No se puede ser hombre, si no se deja huella. Y Don Cándido ha dejado una para siempre. Descanse en paz.

Comentarios

Anónimo dijo…
Gracias por el bellisimo homenaje a Don Cándido. Uno a uno se van desboronando los granos viejos de nuestra mazorca. No hay nada que me asuste mas que el pensar en el que nos estamos quedando solos, regados por todo en mundo.
Gracias porque con su página nos une un poquito.

L. Morales
Anónimo dijo…
Gracias por escribir sobre mi tio no sabe como me da gusto que mas de alguien del pueblo nos ensene a valorar el arte de los demas. Mis sinseros respetos.
Anónimo dijo…
comparto la historia de don CANDIDO LOPEZ, el y mi padre fueron amigos, y el ejemplo de estos personajes nos dejan un sabor dulce y nos une en la distancia y el tiempo, adelante tio lon.

Macaco

Entradas populares