¡Aquellos personajes de Palestina!

El Nelo resucitó; la gente huyó


La calle principal de Palestina de los Altos,
una tarde de noviembre: cielo límpido,
calor sofocante... Tranquilidad envidiable.

Siempre he dicho que la verdadera historia de un pueblo, la hacen sus personajes populares; y para ser popular en un pueblo como Palestina, no es necesario cantar mejor que Elton John, tener el carisma de Pepe Aguilar o el cuerpo de Jennifer López. Bastaba (o basta) con tener una particularidad excepcional –que solo los palestinenses saben distinguir–, para ser famoso.

Así por ejemplo, eran populares y famosos, el Chano, Güicho Loco, Chús Cocina, el Cruz, la Segunda, el Cirilo, la Taconazo, Mingo Coyote, el Periodista, el Pelé, la Rufina, el Nicanor, el Cornelio, el Olegario… En fin, muchos que quizá la memoria deje fuera por falta del también popular Sukrol. ¿Se acuerdan? Aquella cápsula blanco-verdosa que, decían, era buena para tener buena memoria y que, la verdad, nunca supimos si era efectiva o sólo cuento de Lencho, el Muela, aquel personaje flaco, colocho y sholco que solía gritar sus medicinas “curalotodo” en la plaza de los días miércoles.

De Güicho Loco, ya escribí algo recientemente. Hace unos días recordé una anécdota que sucedió en casa de mis padres, una tarde-noche que, junto con mi padre, don Ángel María, Fío Godínez Velásquez, Manuel Monterroso, Julio Godínez y desde luego, Güicho Loco, degustaban unas “Inditas” quetzalteca especial. Don Julio Godínez, era de los que gustaba jugar bromas fuertes a sus compañeros de parranda. (A nosotros, literalmente, nos hacía orinar de la risa; quien caía en sus manos, le hacía cosquillas en el estómago hasta que le hacía llorar o veía que ya se habíamos mojado la ropa)

Esa tarde se la pasó acabando la poca paciencia de Güicho Loco, quien, contrario a su fama de “loco”, aguantó todas las directas e indirectas. Cuando don Julio Godínez se alejó del grupo para deshacerse de un poco de líquido, Güicho Loco se sacó la placa dental de la boca, la puso en el vaso de don Julio y la sacó hasta que vio que se acercaba de nuevo.

–De ahora en adelante, vos Julio, me vas a extrañar más que nunca –le dijo.

Todos soltaron la carcajada y sólo don Julio, no comprendió las razones de Güicho.

¿Se acuerdan del Cirilo? ¡Era todo un personaje! Fue el primer homosexual que vimos en nuestra vida. Sus dientes chapados en cobre y bronce (le faltaban los caninos, por cierto) los mostraba con tal facilidad, que parecía que nunca dejaba de reír. Pese a que muchos de los patojos eran infames con él, no dejaba de darse una vuelta por la cantina de doña Geny para darse su taquito de ojo, especialmente con el Chacatay de quien decía, le encantaban sus ojos y sus rulos. Había adoptado a un niño, morenito él, al que regularmente llevaba a Palestina para que todos vieran su “instinto maternal”. Cirilo vivía en la aldea San Rafael. Era infaltable en las fiestas patronales.

A veces, las bromas que le jugábamos se pasaban de tueste. La duda a veces nos ganaba y le obligamos más de una vez que nos mostrase sus partes íntimas para estar seguros de su condición. De ahí no pasaron las cosas.

Otro personaje era Cornelio. A él le daban ataques epilépticos. Muchas veces se subió al techo de la escuela y se ponía a brincar, lo que nos obligó a salir despavoridos, creyendo que era un temblor. Una tarde, el ataque le duró más de lo normal y los vecinos decretaron su muerte. Lo encontraron atrás de la Iglesia Betania. Nadie se preocupo, afortunadamente, por hacerle la autopsia.

Durante el velorio, mientras le rezaban los Ave María de rigor, de pronto se levantó de las tablas donde estaba tendido y pidió comida. Los asistentes al velorio salieron en estampida. “¡El Nelo está vivo!” “El Nelo está vivo”!, gritaban mientras se internaban entre la milpa o corrían hacia el centro del pueblo. Obviamente no gritaban de algarabía por el milagro de la resucitación, sino de pavor de ver vivo al supuesto muerto.

A la Taconazo, jamás le supimos el nombre; de hecho, eran dos las muchachas, también procedentes de San Rafael, aldea perteneciente a San Antonio Sacatepéquez, San Marcos. No había baile a la que hicieran falta. De ahí el apodo de una de ellas, debido también a que estaba de moda la canción de El Taconazo, con la marimba Unión Ideal, “La Reina del Mambo”, de Mazatenango.

Algunos decían que la Taconazo, era como Rosita Alvírez: gustaba hacer sufrir a los hombres. Otros, que era casada y dominaba de tal forma al marido, que éste se quedaba al cuidado de los hijos. Otros más, decían que para salir a los bailes, ponía cerveza en la pacha de sus hijos para que durmieran profundamente. Nadie supo la verdad.

Lo que sí es cierto es que la Taconazo, morena, alta, delgada, colocha y de un humor extraordinario, hacía de los bailes, un atractivo especial, pues no pocas veces, los hombres se retaban a golpes por el privilegio de bailar con ella o su eterna acompañante.

Chús “Cocina”, cuya procedencia no recuerdo, era el eterno sacristán de la Iglesia Católica. Era infaltable en los velorios y era quien se ofrecía para hacer las tumbas de los que morían. Con su chaqueta negra al hombro, recorría las calles, preguntando por la salud de quien se encontraba en éstas. Era muy celoso con las campanas de la iglesia; raras veces dejaba que nosotros subiéramos a tocarlas. Había desarrollado tal habilidad que muchas veces, parecía que las hacía cantar ó llorar, según el motivo que lo llevase a ejecutarlas.

Como ellos, muchos más. Gente humilde y sencilla que no necesitó más que el afecto de todo el pueblo para hacer lo que sabían hacer. Si recuerdan a alguien más, háganlo saber. No hay mejor homenaje para nuestra gente, que recordarla y recordarla con cariño.

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